Recuerdo un día de los de la Transición. Imagino que seria en 1977 o 78. Yo tendría entonces pues dieciocho o diecinueve años. Nos encontrábamos en la Zona, bares de la zona universitaria de Zaragoza.
Debía de ser invierno, eran sobre las 8 de la tarde y ya había oscurecido totalmente. A lo lejos, sobresalía un rumor inteligible de entre el ruido urbano. Lo reconocimos enseguida.
Rápidamente salimos del bar y aceleramos el paso caminando en la dirección de donde provenía el sonido. ¡Venga, venga, vamos! Conforme nos acercábamos se comienza a distinguir un corte en el tráfico y unos setenta estudiantes en comando gritando: ¡po-li-cía a-se-sina!. Los gritos arreciaban. Ya nos unimos a ellos ¡li-ber-tad, a-mnis-tia, es-ta-tuto de auto-no-mía!. El paso es rápido, aunque hay sonrisas y gestos de confianza, la tensión está presente en todas las caras. Delante de mí una pareja cogida con fuerza de la mano grita al unísono. La chica cimbrea su cuerpo con el puño en alto, siguiendo el ritmo de las consignas: ¡di-solu-ción de cuerpos represivos!
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