FEMINISMO CONTRA LA VIOLENCIA MACHISTA
Fue a finales de 1983 cuando decidimos poner en marcha la Comisión Antiagresiones del Frente Feminista, si bien sus cimientos estaban ya anclados en nuestro trabajo, que desde el año 1977 incluía entre sus reivindicaciones el tema de la violencia sexista. Pero es a principios de los ochenta cuando empezamos a tomar conciencia de la necesidad de estructurar un discurso no solo de denuncia, que lo teníamos hacía años, sino que explicara la razón de la violencia específica sobre la mujer. El mensaje a trasmitir era simple pero novedoso:”la violencia sobre las mujeres tiene su origen en una determinada concepción de la mujer que impera en la sociedad, y solo modificando las bases de la sociedad patriarcal será posible terminar con esta lacra social”. Mensaje hoy sencillo de entender, pero a principios de los ochenta difícil de asimilar.
Un triste hecho acaecido en Zaragoza en el año 1981, el asesinato de la joven Mary Cruz en un autobús, a manos de un individuo que la acosaba desde hacía tiempo, conmocionó a la ciudad; y la sensibilidad creada nos permitió trasladar a la opinión pública nuestros puntos de vista, que crearon gran interés y fomentaron la discusión fuera de nuestro entorno: se requirió nuestra presencia en debates públicos, barrios, institutos; editamos propaganda informativa, artículos de prensa; concentraciones, pancartas… En fin, usamos los medios de la época. En aquellas fechas, las mujeres empiezan a ser conscientes de que tienen derechos y, aunque callen y oculten, sufren problemas de diversa entidad, no por ser personas, sino específicamente por ser mujeres. Ante la demanda de información existente a finales del año 1982, creamos la Asesoría Jurídica; en aquellas fechas no existía ninguna a cargo de las Instituciones, y fueron muchas las mujeres que se acercaron por nuestro local: algunas a recibir información, pero la mayoría de ellas simplemente para hablar, para trasmitirnos su impotencia ante la vida y sus sentimientos de frustración.
Otro amargo suceso acaecido en el año 1983 (dos ancianas de setenta y ocho años fueron golpeadas y violadas en Utebo por un joven de catorce años) tuvo gran repercusión pública. El hecho de que en Utebo no se hubiera denunciado nunca una violación (al menos eso se decía) y la edad de las agredidas y la del agresor, pusieron sobre el tapete circunstancias que cuestionaban los tópicos existentes sobre la violación, y revelaban el miedo de las mujeres a denunciar y la ineficacia del sistema policial y judicial. En la ciudad se organizó una campaña eficaz, que por una parte pretendía apoyar a las víctimas, y por otra, convencer a la población de la necesidad de denunciar las violaciones. Era preciso que lo que conocíamos en privado se hiciera visible y se desenmascarara la hipócrita moral reinante.
La necesidad de trabajar el tema de la violencia de género en profundidad nos llevo a formar, en el año 1983, la Comisión Antiagresiones. En muchas otras ciudades también se constituyeron, y el intercambio de experiencias fue muy fructífero y enriquecedor en el marco que nos proporcionaba la Coordinadora Estatal de Organizaciones Feministas, que fue un pilar fundamental para aunar criterios y trasmitir a la sociedad un mensaje coherente. Nuestro centro de reunión era la añorada Librería de Mujeres; por allí pasaron muchas mujeres, y de ellas aprendimos el combate por sobrevivir del género femenino y fuimos entendiendo, no por los libros, sino por las experiencias de nuestras amigas, la crueldad que para muchas de ellas suponía ser mujer.
Cuando empezamos, el panorama que teníamos ante nosotras era muy diferente al actual. La violencia sexista era negada y ocultada, por la sociedad como conflicto y también por las propias mujeres que la sufrían: en definitiva, la violencia sexista era invisible. En aquellas fechas nuestro objetivo era sacar del anonimato el sufrimiento privado de muchas mujeres y hacer pública la existencia de la violencia sexista como un exponente más de la dominación masculina. Vivíamos una situación de ocultación e ignorancia pública en la que los recursos sociales no solo eran inexistentes, sino que tan siquiera se planteaba la necesidad de los mismos. Eran los años en que las actuaciones y reivindicaciones del Movimiento Feminista cuestionaban los pilares de la sociedad tradicional en que vivíamos; eran años en que la audacia y la osadía creaban escándalo en una sociedad que no estaba acostumbrada a que las mujeres nos organizáramos y lucháramos contra unas conductas y estereotipos que se daban por hecho como naturales en la mujer; eran años de esperanza, debate y creatividad.
Nuestro trabajo en la Comisión tenía tres pautas de actuación prioritarias:
Por una parte, la faceta reivindicativa que centrábamos en varias demandas: la modificación de la normativa legal, por aquel entonces anacrónica e irrespetuosa con los derechos de las mujeres; la creación de estructuras de apoyo a las mujeres agredidas (recuerdo que en el año 1984 preparamos un proyecto de Casa de Acogida para mujeres maltratadas que presentamos en el Ayuntamiento de Zaragoza); y la exigencia de formación e información que debía proporcionarse a las mujeres desde las instituciones.
Por otra parte, trabajábamos la denuncia pública; son numerosos los artículos y notas de prensa sobre agresiones que obran en nuestro archivo, las hojas propagandísticas, los boletines informativos, charlas en las que participábamos, campañas públicas, etc. Éramos plenamente conscientes de la necesidad de poner los problemas sexistas sobre la mesa y exigir compromisos sociales eficaces.
Por último, sabíamos de nuestros limitados conocimientos (la necesidad de formación siempre la tuvimos presente), por lo que el debate y la discusión eran parte esencial de nuestro trabajo. En diciembre del año 1984, organizamos en el Teatro del Mercado de Zaragoza las jornadas “Mujer y Violencia”, que tuvieron, por su novedad, gran repercusión pública. En ellas se abordaban esencialmente dos temas: la violencia social que se ejerce sobre las mujeres en los distintos ámbitos donde se desenvuelven sus vidas, y la problemática concreta de los malos tratos y violaciones.
Visto con la perspectiva de los años, valoro que éramos un tanto ingenuas al confiar excesivamente en los resultados inmediatos, y pensar que las normas igualitarias y no discriminatorias que demandábamos lo resolverían todo por sí mismas, olvidando que la transformación de los comportamientos sexistas aprendidos e interiorizados históricamente, por hombres y mujeres, son mucho más lentos de modificar.
A mediados de los años ochenta, el panorama referido a la violencia sexista empezó a modificarse y a percibirse cierta preocupación social. Desde las instituciones se reacciona ante las demandas feministas y se empieza a plantear la necesidad de auxiliar a las mujeres víctimas de violencia de género, se inician campañas de información sobre las agresiones sexuales, se abren Casas de Acogida, se urge desde numerosos sectores la modificación del Código Penal, etc. En definitiva, se introduce en la sociedad, por canales formales, el debate sobre el problema. Sin embargo, el planteamiento que se hacía desde los sectores institucionales era bastante simplista, buscando soluciones formales a la demanda social específica pero sin profundizar en el trasfondo que subyace. Ello suponía centrar el origen del problema en los individuos y relaciones personales concretas existentes y, sobre todo, en el estudio y valoración de las causas psicológicas que concurrían en el agresor.
Nuestra comisión durante esos años maduró y vislumbró la complejidad del problema, ligando el discurso por la igualdad y el de la perspectiva de género, conscientes de que las violaciones, maltrato doméstico, acoso sexual, explotación laboral femenina… eran distintas manifestaciones del poder que el hombre ejerce sobre la mujer. En este contexto iniciamos nuevos debates teóricos, de los que destacaré dos por su importancia: el de acoso sexual, y el cuestionamiento de la eficacia de las penas para resolver el conflicto agresor-agredida. Organizamos diversos seminarios y jornadas de trabajo con un criterio más interdisciplinario que el que hasta entonces habíamos seguido. Recuerdo las celebradas en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza en junio del año 1988, en las que se abordaban cuatro campos de trabajo: el tratamiento jurídico de las agresiones sexistas, las agresiones a mujeres en el ámbito laboral, las agresiones que sufren las mujeres jóvenes, y la ponencia del Frente Feminista “Rosas y cadenas para un cuerpo” en la que, tras analizar la situación en que nos encontrábamos, concluíamos que era necesario educar en la igualdad entre los sexos y potenciar cambios profundos en la sociedad.
También fuimos receptivas a las nuevas demandas que nos planteaban las mujeres: organizamos los Gimnasios de Autodefensa para mujeres y los grupos de mujeres agredidas, para que intercambiaran experiencias y nos trasmitieran sus vivencias. Incluso llegamos a efectuar encuestas puerta a puerta y confeccionar un censo para conocer la realidad social en que nos situábamos. Éramos osadas y con ideas, y por ello nos atrevimos a realizar una película, Siempre el poder del otro, que denunciaba la situación de violencia vivida por varias mujeres.
Nuestra participación denunciando situaciones concretas y apoyando a las víctimas durante estos años fue muy importante a nivel personal y público. Por supuesto, tuvimos críticas y falta de comprensión, pero también hubo alegrías. Relevancia especial tuvo el juicio de I.L.H., amiga y compañera, que había sufrido una penetración anal, entonces definida como abusos deshonestos y que con coraje decidió llevar hasta el Tribunal Supremo. El alto Tribunal no podía calificar los hechos como violación, pero solicitó al Gobierno la reforma de estos delitos. En definitiva, nos daba la razón.
Durante estos años el debate en el Movimiento Feminista fue intenso, y de relieve fueron las Jornadas Estatales contra la Violencia Machista que se celebraron en Santiago de Compostela, en diciembre del año 1988. Durante todo el año celebramos debates internos y externos con objeto de valorar los cambios sociales producidos, la situación del momento y como continuar el trabajo desde el feminismo. La ponencia que presentamos en dichas jornadas, titulada “Siempre el poder del otro”, intentaba abordar el tema de la violencia sexista de una forma genérica, llegando a la conclusión de que la violencia sexista tiene su causa en la desvalorización y discriminación social que la mujer históricamente padece, haciendo hincapié en la legitimación social, aunque públicamente negada, que tienen las agresiones sexistas en nuestra sociedad.
Pero tras esa fase de eclosión y de creatividad, a principios de los años noventa vino una disminución en la actividad para la Comisión Antiagresiones de Zaragoza, tanto a nivel interno como externo; lo mismo sucedió en otras comisiones del Estado español. Las razones fueron de diversa índole: el cansancio militante, la oferta institucional que hacía innecesarios nuestros servicios de apoyo, la pérdida de protagonismo en la prensa, la profesionalización de feministas en los campos de atención a mujeres… Pero sobre todo nos sentimos bastante impotentes ante una sociedad que ya daba por trasnochado y asumido el discurso feminista, y pretendía resolver la problemática que implica la violencia sexista haciendo abstracción de su causa y origen. De alguna manera se había asumido el discurso formal, sin comprender ni entender el fondo del mensaje.
Esta época coincidió con distintos proyectos sobre la modificación del Código Penal, y fueron bastantes los esfuerzos que realizamos durante estos años por situar el tema en sus justos términos, valorando qué es el sistema penal, qué relaciones tienen las mujeres con el derecho penal y qué podemos esperar del mismo. Estas reflexiones se concretaron en una ponencia que presentamos en las Jornadas Estatales de Madrid del año 1993 bajo el titulo “Reflexiones Feministas”.
En diciembre del año 1997, una mujer fue quemada viva por su marido; y esta atrocidad desencadenó en la opinión pública una sensibilidad, que se prolongó por sucesos posteriores que la prensa fue divulgando. A partir de esa fecha el debate renace en la sociedad con matices diferentes, se incrementaron las medidas de apoyo, se introdujeron en el Código Penal diferentes medidas en aras de proteger a la mujer víctima de agresiones, y surgieron nuevos bríos desde el feminismo para retomar la cuestión.
Es justo reconocer que desde entonces se fue acertando más en el enfoque del problema, y la perspectiva de género se introdujo tanto en las resoluciones de ámbito internacional, como en las nacionales. Ello nos llevó, en aquellas fechas, a reflexionar sobre una cuestión todavía de actualidad y no resuelta: el porqué de que en una sociedad que formalmente asume los postulados de igualdad entre sexos, la vida cotidiana de las mujeres (sobre todo en lo referente al plano familiar) esté marcada por los machistas esquemas de poder. Sobre este tema reflexionamos en las últimas jornadas realizadas por la Comisión, en noviembre del año 1998, que versaron sobre el tema “Las agresiones sexistas en la encrucijada democrática”, y en el monográfico número ocho de nuestra revista Mujeres.
Hacía el año 2000, la Comisión Antiagresiones dejó de funcionar por razones de distinta índole.
Mi recuerdo de aquellos años es estupendo, y echar la vista atrás es positivo para valorar la transformación que se ha producido durante estos años en la sociedad española. No creo arrogante reconocer que el Movimiento Feminista ha tenido que ver con este cambio, y si hoy la situación de la mujer no es tal y como la habíamos imaginado, es porque queda camino por andar y los discursos feministas continúan siendo necesarios.
Rosa Fernández Hierro