BRIGADAS EN PALESTINA
Un día de la primavera de 1992, en la barra de la Casa de la Paz, me dice Raúl Mateo que ha leído en el Egin una anuncio de los Komités Internacionalistas de Euskadi ofreciendo Brigadas en Palestina para el verano. Que porqué no vamos. Decidimos apuntarnos y en verano fuimos para allá. Se trataba de un viaje político, todas las Brigadas lo son pero este lo era especialmente en el sentido de que no ibas allí a trabajar (por ejemplo en el campo, como en Cuba) sino a visitar a todo tipo de personas, asociaciones, instituciones palestinas, que esperaban de nosotras un intercambio de información y de compromisos.
Éramos un grupo de ocho personas, seis mujeres y dos hombres, todas de Euskadi excepto nosotros dos, y el coordinador de la brigada era un tío súper majo de los Komités de Donosti llamado Mikel.
Como no era nada fácil entrar en los territorios ocupados por nuestra cuenta, ya que había que atravesar la frontera israelita, viajamos camuflados con un grupo de fieles católicos que iban a conocer los Santos Lugares en un viaje organizado por unos franciscanos. Estos franciscanos eran otros tíos bastante majos también, ampliamente conocedores de la situación política y a favor de la causa palestina.
El avión nos llevó hasta Jordania, y desde allí pasamos la frontera con Israel y proseguimos en autobús nuestro viaje hasta Jerusalén. Nos alojábamos en un hotel palestino, en la parte árabe de la ciudad, y lo primero que nos impresionó fue la total ocupación militar de la ciudad y sobre todo los colonos israelitas, gente con aspecto europeo o yanqui armados con metralletas, chavales como nosotros, en pantalón corto y camiseta, con su metralleta colgada al hombro, “en legítima defensa” paseando intimidatoriamente por todo el barrio árabe, que es el casco histórico de Jerusalén, repleto de gente palestina desarmada, de vendedoras de frutas y verduras en el mercado callejero, de niñas jugando a pesar de todo…. Una noche decidieron ocupar una casa árabe, (qué majos estos colonos, ocupas y todo!) cuyos dueños habían sido previamente expulsados de la misma, y tomaron la zona rompiendo los faroles que la iluminaban y haciendo controles a los grupos que paseábamos por sus estrechas calles. Íbamos acompañados por un periodista palestino que debía ser bastante conocido y se cebaron en nuestro reconocimiento; el miedo que pasamos estuvo acentuado por el hecho de que quienes nos intimidaban ilegalmente eran colonos, con una pinta de skin heads que no veas, me quitaron la navajita que llevaba para los bocadillos y las frutas.
El viaje estaba organizado por una agencia palestina llamada Panorama, cercana a un partido de izquierdas, no recuerdo si era el Frente Democrático o el Frente Popular, entre cuyas actividades estaba la de mostrar al mundo la situación allí. Teníamos una guía palestina, Samira Yussuf, que hablaba castellano perfectamente, y una furgoneta con un chofer también palestino. Como nuestra furgoneta estaba matriculada en Jerusalén su matrícula era israelita, de modo que cuando viajábamos por Cisjordania teníamos un cartel en árabe de quita y pon, que escondíamos cuando pasábamos por carreteras controladas por el ejército, y sacábamos bien visible al cristal delantero cuando llegábamos a los pueblos palestinos, para evitar que los niños nos apedrearan los cristales. Lo más gracioso es que en el cartel ponía “Alá es grande y Mahoma su profeta”, y allá que íbamos una pandilla de ateas con Alá como salvaguarda de las piedras. Y tan contentas. Recorrimos Cisjordania, Gaza y los Altos del Golán visitando colegios, universidades, talleres, fábricas (las pocas que quedaban ya entonces), familias de mártires, familiares de presos/as… La gente nos explicaba la situación que vivían, cómo organizaban sus vidas frente a una invasión que les privaba de todo, empezando por el agua y siguiendo por la sanidad, la educación, la libre circulación… Entonces aún no se había construido el muro, había tenido lugar la primera Intifada, desde el 87 al 91 aproximadamente, se estaba organizando la autonomía administrativa de los Territorios Ocupados, y estaban abiertas unas conversaciones que desembocarían en el 93 en los Acuerdos de Paz de Oslo, absolutamente incumplidos, como sabemos, por Israel . Tenían mucho interés por cómo había resultado el proceso de autonomía en Euskadi, conocían el problema vasco y preguntaban ampliamente por los resultados de dicha autonomía. Y por otro lado nos dejaban muy claro que el esfuerzo que hacían por compartir con nosotras su situación esperaba a cambio que nosotras contáramos en nuestro país la lucha del pueblo palestino.
A Gaza viajamos en otra furgoneta, esta con matrícula árabe, y ya entonces la situación allí era más precaria y desesperada que en Cisjordania. En un campo de refugiados, nos visitaron por sorpresa, en la casa en la que estábamos, dos chicos que pertenecían a un comando de Águilas Rojas, brazo armado del Frente Popular. Eran muy jóvenes, veinte años como mucho, llevaban unas armas mucho más viejas que las de los colonos, se escondían cambiando constantemente de lugar en el mismo campo de refugiados, tenían claro que iban a morir en enfrentamiento con el ejército israelí. Se habían hecho fotos con sus armas para que quedara constancia de ellos en el futuro.
Ante la claridad de la demanda, lo tuvimos muy claro y a nuestra vuelta elaboramos una exposición sobre la situación palestina, que colgamos en la primavera del 93 primero en la Casa de la Paz y después en la Universidad, con la colaboración del colectivo Iquique. Paralelamente, y en colaboración con el Comité de Solidaridad Internacionalista de Zaragoza y los Komités de Euskadi, trajimos a Samira, que dio varias charlas en Zaragoza y en Euskadi. En Zaragoza fueron en la Universidad y en el Centro Pignatelli sobre la situación de Palestina, Intifada y conversaciones de Paz. Además de Samira contamos con Riad Malki, que era el representante de la OLP en España. En la Casa de la Mujer Samira dio otra charla sobre la situación de las mujeres palestinas. Y en la Casa de la Paz, además de la exposición, hubo una proyección de videos sobre el tema. Las jornadas estaban organizadas, además de por el Comité de Solidaridad Internacionalista, por el Ateneo Libertario, ya que Raúl y yo participábamos en este colectivo. Del Comité quienes estuvieron a todas horas con Samira, que estuvo encantada con ellos, fueron Jaime ? y Jesús Esparza
Cuando Samira vino a Zaragoza estaba embarazada de una niña y tenía ya un niño de tres años. No era creyente, ya habíamos conocido en Palestina a más personas laicas, otras cristianas, además de musulmanas. Era feminista, progresista, de izquierdas. Se había casado por amor con el compañero que ella eligió. Vivían en Nablus. Él procedía del campo de refugiados de Jabalia, y a pesar de eso ambos se habían conocido estudiando en la universidad. Pero el tema de la guerra demográfica con Israel estaba y está presente. Hay que tener hijos. Ya entonces Hamas era popular, debido a las inversiones que hacía en recursos sociales para la población, sanitarios, educativos… a la inoperancia de Fatah y, por supuesto, a la falta de apoyo real tanto desde Europa como desde la llamada Nación Árabe. Hace años que no sé nada de Samira y su familia.
A pesar de todo, Palestina me pareció un país precioso, mediterráneo, de colinas suaves, vid, olivos, dátiles, higos chumbos… la comida estaba riquísima y la gente nos rompió los estereotipos. El mito de los/as árabes, los moros, construído como ese otro fanático (él)/ sumisa (ella) que nos sirve para taponar nuestros propios fanatismos y miedos, nuestra intolerancia disfrazada de indiferencia, de turismo, de gusto por lo exótico, manipulado hasta la saciedad por los medios de comunicación de masas occidentales, se desvanecía al entrar en contacto directo con aquellas personas haciendo el sanísimo ejercicio de ponerte en su lugar, ponerte en el lugar del otro o de la otra, y descubrir que son personas con sueños y deseos como tú.
La actual situación de invasión, destrucción y saña sobre Gaza nos demuestra, una vez más, que las pesadillas se hacen realidad. Pero ojo, también nuestros sueños pueden volverse reales.
Esther Moreno