LA HUELGA UNIVERSITARIA DE 1987
El 10 de febrero del 87 las escaleras de la Facultad de Filosofía estaban repletas de estudiantes escuchando con atención lo que les contaban dos compañeros recién llegados de una asamblea estatal. Hablaban de la reforma universitaria que en Madrid querían hacer ley. Alguien del Consejo de Universidades había filtrado los borradores de los futuros planes de estudio. Se cuentan cosas muy graves que se quieren implantar y que poco a poco, con el tiempo, se han ido aplicando, pero quizá de una forma más sibilina a como lo quisieron hacer en ese momento. Los compañeros nos hablan de la desaparición de los nocturnos, de los planes de Filología e Historia que disminuyen su especialización. Todo apunta a la reducción de las carreras de letras a una categoría inferior, con una merma importante de la calidad y cantidad de las asignaturas.
Esta información desató las ganas de protesta que muchos teníamos desde que habíamos visto movilizarse a los estudiantes de Francia, Italia y de Enseñanzas Medias de todo el país, pidiendo la derogación de la ley de Acceso y mayores presupuestos para Educación. En la tele vimos la impresionante revuelta francesa, que puso en jaque a todo el Gobierno conservador de Chirac, con las mayores manifestaciones de jóvenes jamás registradas en París, llegando a conseguir la retirada del proyecto de reforma. La muerte de un estudiante francés apaleado por la policía nos había hecho recordar la lucha de nuestros padres y hermanos en las calles durante el franquismo. Después de este primer aldabonazo vimos también cómo los estudiantes de Enseñanzas Medias (EE.MM.)revolucionaban la calle, con un movimiento en principio asambleario y plural, con demandas sociales que también nos removían la conciencia.
En la Universidad parecía que con nosotros no iba nada; los apoyos a los estudiantes de Medias habían sido tímidos y sin repercusión. En las paredes del Campus una pintada decía: “Silencio: Universidad dormida”. Pero cuando empezaba a decaer la movilización en Medias, esa mañana de febrero, los que parecían dormidos de repente despiertan. En cuatro días la protesta se extiende a todo el Campus. Veterinaria se encierra contra los nuevos planes de estudio, Medicina se concentra para reivindicar prácticas, y en Filosofía ya se manifiesta el apoyo a las reivindicaciones de EEMM (Enseñanzas Medias) contra la política educativa del gobierno y vota paro indefinido.
Lo que hace saltar la chispa son los borradores de planes de estudio, pero las reivindicaciones poco a poco se van ampliando y van tomando un cariz más social y radical. El sistema educativo arrastraba una profunda crisis, con escasez de medios presupuestarios, y los estudiantes sabíamos que irremediablemente al acabar la carrera engrosábamos las listas del millón de jóvenes que no encontraban su primer empleo. Se pide la eliminación de las cátedras vitalicias y un mayor control de la docencia, la congelación de las tasas académicas, la derogación de la Ley de Reforma Universitaria por considerar que atenta contra la autonomía universitaria. Se denuncian también las malas condiciones de instalaciones y servicios, la insuficiencia numérica del profesorado, y la dificultad o inexistencia de clases prácticas.
El apoyo de decanos y del Rector, Vicente Camarena, a la huelga nos dio la oportunidad de poder utilizar los medios de la universidad para propagar la huelga por todo el país. Esto fue fundamental porque desde Zaragoza y desde la Facultad de Filosofía se coordinó en determinados momentos la movilización en todo el Estado. Desde el Comité de Huelga Universitario (CHU) se coordinaban los distintos comités de trabajo (prensa, movilización, planes de estudio, etc.) y este llevaba todo el trabajo a la asamblea de distrito que tenía la última palabra en la toma de decisiones.
Las primeras asambleas fueron muy numerosas: se hacían en el Aula Magna de la Facultad de Ciencias, llegando a contabilizar en algunas cerca del millar de estudiantes. Estas asambleas -en ocasiones interminables e improductivas y, en otras, clases prácticas de dialéctica política- junto con el sistema participativo de trabajo y coordinación, nos formaron políticamente; y prueba de ello es que de esta huelga saldrán muchos de los movilizadores sociales de la ciudad.
Fruto de la gran capacidad de coordinación que conseguimos, se organizó desde Zaragoza la primera RGU (Reunión General de Universidades) de la protesta. Acudieron a Zaragoza casi cuatrocientos representantes universitarios que alojamos en nuestras casas, representando a veintinueve de las treinta universidades españolas; y aunque en algún momento nos llegamos a sentir prácticamente desbordados, fuimos solventando los problemas de organización. En ese momento estaban en huelga indefinida cuarenta y cinco centros de todo el país. Salió una plataforma unitaria reivindicativa y se logró coordinar la movilización para todo el Estado. Para la noche organizamos una maratoniana verbena en el Campus en la que participaron grupos de Folk, Rock, y Puturrú de Fua. La fiesta fue multitudinaria, se pusieron barras alrededor del estanque y llegó a ser casi como otra apertura paralela.
Hay varios momentos álgidos en la protesta. Uno fue el encierro de Filosofía, con el bar abierto durante las tres noches. El ambiente fue divertido, creativo y festivo; se hicieron talleres de poesía, montones de carteles y murales, charramos, reímos e hicimos grandes amigos y amigas que en muchos casos han perdurado hasta ahora.
Otro momento muy intenso fue la noche que tapiamos la entrada principal del Campus. Para ese día se había convocado un paro general en todo el distrito y una gran manifestación. Trabajamos durante toda la noche y se consiguió levantar una tapia de ladrillos y cemento de dos metros de altura. Los materiales los teníamos a mano. En esos momentos se estaba construyendo la polémica sucursal de Ibercaja en el Campus, así que de paso que saboteábamos una construcción de la banca dentro de una universidad pública, construíamos nuestra tapia. Fue una noche de trabajo e ilusión y por la mañana la imagen del Campus tapiado era espectacular y sorprendente.
También hubo disturbios y muchas cargas policiales que tuvieron bastante repercusión en la prensa, como el día de “la batalla campal”; así la denominaron los medios. Las continuas protestas en el centro de la ciudad de Zaragoza y también en Huesca y Teruel crearon un clima de protesta social en Aragón; en ocasiones coincidían movilizaciones de varios colectivos a la vez colapsando el tráfico. El 4 de marzo unos ocho mil estudiantes de EE.MM y Universidad se manifiestan a la vez que los sindicatos agrarios aragoneses por las calles de Zaragoza; los agricultores fueron disueltos por la policía con el resultado de varios heridos. Esa tarde, después de un corte de tráfico, la policía carga contra los estudiantes en la Plaza San Francisco, y se producen duros enfrentamientos que terminan con trece estudiantes detenidos. Esa noche hubo destrozos en los coches aparcados en la plaza; sobre todo quedó dañado uno que la policía utilizó como parapeto para lanzar pelotas de goma y botes de humo. Después de que su dueña se pusiera en contacto con nosotros, le pagamos los arreglos con el dinero que teníamos recogido para sufragar los gastos de la huelga.
En abril, con los exámenes al caer, la movilización empieza a diluirse. Poco a poco las Facultades vuelven a clase, sólo queda Filosofía con paros intermitentes. En mayo el Consejo de Universidades remite a los Rectorados los informes de catorce titulaciones para que se debatan. Eso fue una victoria, pero la más grande fue que ese curso, de forma espontánea, participativa y directa, nos habíamos organizado, habíamos fomentado la discusión y el debate sobre la Universidad; y la experiencia solidaria y de trabajo en equipo nos había dado una formación que ningún año de carrera podía superar.
Pilar Imaz