zgz rebelde

zaragoza rebelde – 1975, 2000 – movimientos sociales y antagonismos

LA CHAVALA SE HIZO MAYOR

En el Paraninfo se han realizado buena parte de las actividades de solidaridad de Zaragoza, también en la Facultad de Económicas, justo detrás de la plaza Basilio Paraíso; son espacios de la Universidad de Zaragoza, siempre disponibles para charlas, exposiciones y actividades solidarias, casi siempre gestionados por el colectivo universitario Iquique.
Cuando intento recordar aquellos primeros años de militancia en la solidaridad me vienen a la memoria algunas sensaciones muy intensas, algunas que ahora siento superadas, mientras que otras siguen vivas, aunque ahora las perciba más sosegadamente.
Nos parecía que había quien nos miraba desde arriba, como que hubiéramos abandonado las grandes causas para dedicarnos a una causa menor: el trabajo en el movimiento sindical o en el vecinal, o en la política municipal o nacional eran lo importante, y estas cosas nuevas de la solidaridad, del ecologismo o el pacifismo eran menores, secundarias y subordinadas a las grandes causas.
Además, quienes trabajábamos en estas tareas estábamos siempre como de prestado: no sólo lo eran los locales en que nos reuníamos y guardábamos nuestros papeles o los pozales y cepillos con que pegábamos los carteles. Nosotras y nosotros mismos estábamos prestados a esa labor por las diferentes organizaciones a las que representábamos en esta movida, en la que, a través nuestro, trataban de ganar espacios, adeptos y hacerse valer ante las otras organizaciones.
Hasta nuestros objetivos eran secundarios y quedaban pospuestos siempre que una causa mayor, decidida en las altas cúpulas, requería echar mano de toda la militancia disponible.
Pero había también un sentimiento que todavía tenemos vigente: ésta es una tarea de todos y todas, que tenemos que hacer juntos, unitariamente, siempre que sea posible y hasta donde sea posible, sin que nadie tenga la exclusiva de las causas comunes. Y así, aunque siempre haya habido algunas personas que han pretendido o pretenden ser las únicas que saben lo que todos los demás debemos hacer, en general ha sido el sentido unitario el que ha dado mayor fruto a las movidas solidarias de nuestra ciudad: Nicaragua, Cuba, Palestina, El Salvador, Guatemala, Colombia, Chile, Chiapas o El Sahara son de todos y todas, de cada una y cada uno de nosotros que en esas luchas, en esas esperanzas, hemos sabido poner nuestros mejores esfuerzos y vivir muchos de nuestros mejores momentos. Cada quien los trabaja y defiende como bien sabe o quiere, en el sentido más afectuoso de la palabra, pero conscientes de que nuestra pasión no agota la inmensa ternura que esos pueblos, esas luchas irradian.
Decíamos, y decimos, que la solidaridad es y debe ser de ida y vuelta. Y así lo ha sido y sigue siendo. Y a la vez que muchas de las situaciones han ido cambiando con el tiempo, también nosotras, nosotros y nuestras formas de trabajar han ido transformándose, aprendiendo de lo que hemos vivido a un lado y otro del océano. Aprendimos en Nicaragua formas nuevas y frescas de entender el socialismo, las luchas populares, las alianzas, la cultura, el internacionalismo… y con el dolor de la derrota y la ternura hacia aquel sufrido pueblo aprendimos la autocrítica y el saber empezar nuevos caminos.
Aprendimos en El Salvador que la historia no es lineal, y que aunque Nicaragua venció, ni El Salvador ni Guatemala le acompañaron, pero sus pueblos siguieron y siguen buscando un país más justo y para todos. Sólo nosotros podemos cansarnos y sentarnos a un lado del camino y dejar la lucha para quien venga detrás.
Aprendimos en Chiapas la frescura radical de los valores indígenas y las posibilidades que ofrece para la lucha un buen trabajo de la imagen y los medios. Aprendimos en Brasil que hay que actuar en lo local y pensar en lo global y que hay que globalizar la lucha para globalizar la esperanza.
Hemos aprendido en Palestina que sesenta años no es nada y que sin justicia no hay ni habrá paz.
Aprendimos en Chile que las grandes alamedas se vuelven a poblar, aunque los cantos sean menos vivos y más domesticados. Hemos aprendido en el Sahara que no hay desierto que sofoque el afán de justicia y libertad.
La Chavala, así llamábamos todo el mundo a la Revolución Popular Sandinista y así podemos tomarnos la libertad de llamar a nuestra solidaridad, ya ha crecido y se ha hecho mayor de edad: tiene casa propia, y medios para dar sus charlas por los pueblos y barrios. Ya no se la ve como una cosa menor, simpática pero secundaria. Tiene su propio espacio y ya decide sola sus prioridades.
Pero también ha cambiado el mundo que le toca vivir, y ahora ya no es el problema cómo conseguir y transmitir la información desde el otro lado del mundo. Ahora el problema es cómo hacer oír su voz en esta feria de los mil puestos, a las puertas del centro comercial que todo lo vende y todo lo invade.
Nuestro mensaje directo, plural y popular tiene que abrirse paso en medio del pensamiento único, monótonamente machacado por la aparente pluralidad de los grandes medios al servicio del mercado.
Nuestra forma artesana, voluntaria y voluntariosa, de hacer solidaridad políticamente debe sobrevivir a la profesionalizada eficacia y eficiencia de las grandes multinacionales de la solidaridad, entendida como cooperación al desarrollo, y reducida a la lucha contra la pobreza extrema.
Pero aquí sigue nuestra Chavala, vital y esperanzada: con algunos de los antiguos militantes todavía en la lucha, con muchas nuevas incorporaciones y ya hasta con los hijos e hijas de los viejos compañeros, integrados en esta tarea ilusionante.
Y Palestina resiste, y el Sahara aún reclama su referéndum. Y en Cuba, en Venezuela, en Bolivia o en Paraguay hay gobiernos que sirven a sus pueblos. Y en Argentina, en Brasil, en Guatemala, en México o en Colombia hay pueblos que exigen a sus gobiernos y luchan porque este mundo sea mejor, y nos tienen a su lado.
Y sabemos que ese Otro Mundo Es Posible.
Y por eso aquí seguimos, resistiendo, creciendo, construyendo, avanzando,… más o menos igual que hace ya, casi, treinta años.

Juan Carlos Burillo