zgz rebelde

zaragoza rebelde – 1975, 2000 – movimientos sociales y antagonismos

GIMNASIO DE MUJERES y AUTODEFENSA FEMINISTA.

Manos blancas, puños de hierro. Ante las agresiones ¡responde!

Yo pertenecía al Frente Feminista, organización que nació allá por el año 1977, conformada por mujeres de todas las edades y diferentes ideologías de la izquierda. Comenzamos a luchar a favor de las mujeres, profundizando en el tema de las agresiones, debido a que muchas acudían a nuestro local en San Vicente de Paúl denunciando malos tratos por sus parejas, ya fueran físicos o psicológicos. Entonces no había servicios sociales que atendieran estas demandas y claro, nosotras éramos un punto de referencia importante para todo lo que tuviera que ver con la discriminación  de las mujeres y las problemáticas derivadas de la misma. Atendíamos todo tipo de situaciones: chicas que necesitaban abortar, mujeres que habían sido violadas, agredidas, otras que necesitaban ayuda para poder salir de los malos tratos; y las que simplemente querían información sobre derechos en general, laborales, civiles; o sobre temas de sexualidad y anticoncepción.

En los años 1984-85, el movimiento feminista decide tomar postura activa ante la progresiva violencia ejercida sobre las mujeres. Pensamos que era muy importante que comenzaran a defenderse por sí mismas para recuperar su autoestima y no perder su espacio propio y en la sociedad; en definitiva, lograr ser respetadas. Más tarde, después de algunas reuniones y algunas discusiones dentro del Frente Feminista en torno a cómo llevar a cabo un proyecto de resistencia activa, nos pusimos de acuerdo y decidimos que las mujeres tenían que aprender a defenderse ellas mismas. Es en este momento cuando se acordó que fuese yo quien acudiera a unos cursos de autodefensa física y psicológica especializados en la mujer, debido a que tenía preparación en las artes marciales de Judo y Kárate, y a mi pasión por la defensa de la mujer, mi continua demanda de la dignificación de la misma y su reconocimiento en todas las situaciones. Así pues, viajé hasta Valkenburg (Holanda), donde estuve aprendiendo autodefensa y sus técnicas especializadas desde una perspectiva feminista. Allí se ejercitaron catorce tipos diferentes de artes marciales, y por las tardes realizamos prácticas de autoestima feminista con juegos psicológicos y de roles.

En los años 1987-88, una vez estructurada la organización del proyecto, se pidió una subvención al Ministerio de Asuntos Sociales, concretamente al Instituto de la Mujer.  Su concesión significó que pudiéramos invertir en la infraestructura necesaria y en la compra de materiales como colchonetas, etc.  Y así nació el Gimnasio de Mujeres de Zaragoza,  para aprender y practicar autodefensa feminista.

El proyecto comenzó su andadura por primera vez en 1988. Se realizó un curso de autodefensa en el Instituto Mixto-4, en la calle San Vicente de Paúl de Zaragoza, que al ser un antiguo colegio religioso, tenía una inmensa capilla que se utilizaba de gimnasio. La asistencia fue aproximadamente de unas cincuenta mujeres. Este curso organizado por el Frente Feminista de Zaragoza continuó algunos años, todos los miércoles de ocho a diez de la noche, mientras la subvención que lo nutría se mantuvo. A estas clases acudieron muchas jóvenes que pertenecían o estaban cercanas a otros grupos feministas y colectivos de la ciudad: desde universitarios como Lisístrata o contestatarios del barrio de la Madalena, a Mujeres Libertarias. O simplemente mujeres sueltas con inquietudes y ganas de entrenarse en el arte de llegar a ser más libre y más fuerte. Además estaba, por supuesto, el gusanillo que se metía en la piel por poder medirte con los hombres en distintas situaciones, hacer un poco de ejercicio físico enfocado a poder defenderte en la calle, en casa, en el instituto; repeler agresiones, hablar de ellas en grupo y ver cómo afrontarlas. Sobre todo era eso, no pretendíamos formar a heroínas intrépidas, salvadoras o vengadoras de las mujeres y  del mundo: se trataba de aprender a plantar cara con seguridad, controlando el temor y el miedo, con inteligencia, dignidad y poderío. Ante cualquier situación, no solo de agresión en grado medio y alto, sino también en las pequeñas y grandes experiencias cotidianas de minusvaloración, invisibilización, desprecio…; situaciones y vivencias, todas ellas, muy comunes entre las mujeres. Yo creo que fue una auténtica escuela de feminismo, sobre todo para muchas chicas jóvenes. Aunque también para otras más maduritas que en relación y en contacto con otras mujeres aprendieron a adquirir seguridad personal, seguridad en una misma para andar libremente por la calle.

Después de estos diecinueve años de mi experiencia en impartir cursos de autodefensa (más allá de los años del Mixto 4, ya que he seguido impartiendo talleres allá donde me han llamado distintas asociaciones, grupos, instituciones en Zaragoza y en otras ciudades o pueblos) puedo decir que la vivencia ha sido muy rica y también muy instructiva.  Podría escribir una novela, con ayuda claro, ya que yo no soy muy docta en escribir pero sí en contar. Porque he conocido a muchas mujeres con muchísimos problemas, con una inmensa necesidad de ser escuchadas, de que alguien pueda apoyarlas y les ayude a encontrar un camino más dulce y más fácil en la vida. Creo que esta debería ser una reivindicación a incorporar en nuestras agendas feministas y en las de todos los partidos, organizaciones y colectivos: que la vida para las mujeres sea más dulce, más agradable, más alegre y pacífica, pero sobre todo, más fácil, menos complicada con tantas responsabilidades, con tanto trabajo. Yo lo veo como una cuestión de justicia social, porque ya vale de tanta utilización y tanta sobrecarga ¿no?

Las mujeres en estos cursos de autodefensa han encontrado y siguen encontrando bastante comprensión al poder hablar abiertamente, expresar sus miedos, sus inseguridades, sus temores, y darse cuenta de que en aquel entonces y hoy en día, no son únicas frente al problema del maltrato. Recuerdo que yo me escandalizaba en cada clase del porcentaje tan alto de las mujeres que recibían malos tratos a manos de sus compañeros sentimentales. A través de los cursos ellas me contaban cómo se sentían, y yo percibía en sus rostros, en sus movimientos, en sus sonrisas, cómo sus cuerpos poco a poco se iban moviendo con más libertad y seguridad, dejando a un lado la angustia acumulada.  He conocido casos que me han impresionado y me han marcado. Uno de ellos fue en Madrid: una chica llamada María, maltratada por su padre y por sus dos hermanos. Recuerdo que cuando vino el primer día yo pensaba que tenía un defecto físico porque no podía levantar la cabeza, miraba siempre hacia el suelo. Más tarde cuando pasaron unos días comenzó a levantar la cabeza y me dijo que era la primera vez en su vida que se había sentido querida, la primera vez que estaba con personas que no le pegaban.  Otro caso fue en Cádiz: una mujer de veintiséis años cuyo marido se había casado con ella por lástima porque estaba embarazada de otro hombre. En mitad de la clase comenzó a llorar; le pregunté qué le ocurría, y me confesó que se sentía sucia por lo que le obligaba el marido a realizar en su vida íntima-sexual.  Recuerdo con ternura cómo en Teruel vino una niña de siete años. Acudió al curso sola, sin nadie que por su corta edad la acompañase, y me dijo muy dulcemente que si podía hacer la clase. Yo le dije que sí, y en uno de los juegos psicológicos que realizo en mis cursos -estábamos en ese momento hablando sobre la violencia de género- la niña levantó la mano, pidió la palabra, y nos relató llorando -apenas la podíamos entender- cómo su padre les pegaba a su madre y a ella. Son casos sangrantes que te obligan a actuar de algún modo para ayudar, para curar, para evitar que esto se repita.

También tengo anécdotas más alegres y simpáticas, sobre todo por haber puesto en evidencia el machismo y la violencia de algunos tíos que van de colegas. A una de las alumnas, muy pequeña y menudita, después de salir de clase, en un bar muy conocido de la Madalena, el Gallizo, un amigo muy corpulento le gastó una broma: la cogió por la cintura inmovilizándole los brazos y la levantó del suelo. Él, demasiado seguro de sí mismo le dijo: “¿y ahora?, ¿qué haces, cómo te defiendes?”. Intentaba ridiculizarla ante los demás y ante su propio ego y autoestima. Entonces ella reaccionó dándole un cabezazo en la nariz, ya que era su única defensa. De repente él comenzó a expulsar sangre por la nariz y la soltó rápidamente.

Lo más importante que quiero transmitir, lo que llevo en el corazón y que me llena en todos los momentos de mi vida, es lo mucho que me han enseñado las mujeres que he conocido. No sé si a lo largo de mi vida podré devolverles todo lo que me han enriquecido y todo lo que me han aportado en mi trayectoria, en esta experiencia de los cursos y  talleres de autodefensa feminista; pero sí puedo nombrar palabras tan sencillas como el cariño, la amistad, la comprensión, y el saber estar siempre al lado de la mujer que sufre. Este es y ha sido mi reto, mi lucha.

Concha Arnal