ESPACIOS LIBERADOS, ESPACIOS LIBERADORES
Las sensibilidades hacia lo que nos rodea nacen mucho antes de que sepamos comprender, aunque sea levemente, el mundo que nos rodea. La mía ya estaba desarrollándose desde hacía tiempo entre hormonas e inseguridades adolescentes; algo había en mí que tendía a la revuelta pero que estaba buscando su medio de expresión, cosa en la que aún estoy investigando.
Todo comenzó con el referente de unos amigos que estaban involucrados en la ocupación del antiguo colegio de San Agustín, hoy estéril solar del barrio de la Magdalena; entonces mi empatía empezó a encontrar refugio después de tantas conversaciones y teorizaciones. A partir de esas jornadas de lucha empecé a acudir a algunas reuniones de la asamblea ocupa y a frecuentar los distintos centros autogestionados del barrio: Centro Social Libertario (CSL), Entropía, Vía Láctea, Arrebato… pero fue entre todos ellos el CSL, sito en el Coso 186, la asociación autogestionada donde yo realmente quería depositar mi esperma revolucionario dentro de ese cambio que para mí tenía que ser tanto interno como externo.
Quizás fue que, al pedir una cerveza, el responsable de la barra me remitió directamente a la cámara de frío y la caja registradora, o la diversidad de estéticas que pululaban por aquel local, lo que me dio más confianza, más estímulo para comenzar lo que significaría otra etapa nueva de mi vida. Actividades, tertulias, charlas, conciertos, excursiones, publicación y distribución de contrainformación y cultura alternativa, movimiento, actividad, vida. Era todo ello para mí un sentido, una línea a seguir; la gente me llamaba por mi nombre y, aun siendo novato, mi voz se escuchaba. Ya en las primeras visitas había recuperado un panfleto de las Juventudes Libertarias con las diez consignas básicas de lo que representa la ideología anarquista, sin dogmas, sin avaricia, librepensamiento para caber todos en un mundo justo donde sólo prevaleciese la idea de respeto y de comunidad global. Con esas ideas claras no quise hacer nada más que «hacer», y para hacer, aprender; y como aprendizaje, reflexionar sobre nuestros fallos y cultivar el cuestionamiento por evidente que fuese todo.
Tratábamos múltiples facetas de lo que en realidad pretendía ser un enorme cambio. Era una reunión de inquietudes, un «algo común», algo que quería identificarse con sus propias acciones.
Era un espacio donde se reunían varios colectivos; si bien cada uno tenía sus particularidades, todos tenían un punto de encuentro que no era otro que el buen funcionamiento y la explotación generosa de aquel local abierto a las revoluciones. Ateneo Libertario, Juventudes Libertarias, el Búho, diversos grupos de apoyo a presos, Acción Directa Anarquista (ADA), y también otros externos, eran los colectivos que lo sustentaban; allí era donde se reunían, hacían y organizaban sus actividades, un espacio liberado de los intereses privados.
Todo esto me hizo crecer, y creer en la validez de todas las acciones cuyo fundamento ético fuese lo suficientemente sincero como para lograr el mayor grado de vinculación con esa nueva sociedad por la que luchamos esa batalla por el equilibrio y la libertad. Yo trabajaba bien con unas personas y otras personas trabajaban bien con otras.
La presión urbanística nos hizo trasladar nuestro proyecto hacia otro lugar próximo, La Revuelta, situado en la calle San Agustín 18, que aún hoy en día continúa siendo un local que promueve los valores anarquistas. Como si el tiempo no pasara nunca, pues hay cosas que son para toda la vida: la rebeldía, la empatía y el sentido de la justicia que son los sentimientos que nos empujan a luchar cada día desde que nos levantamos.
Yo rara vez me levanto ya en Zaragoza, pero el recuerdo de aquel aprendizaje me acompaña allá donde esté. Sigo volviendo ocasionalmente y sigo visitando esos locales en los que todavía continúan encendiéndose otros fuegos, nueva gente que ayuda a los que ya estaban, nueva gente que supongo que, al igual que yo entonces, estarán buscando cómo canalizar su sensibilidad hacia lo externo.
Jesús Borra Arto