EN UN MOMENTO DAO TODAS AL TEJAO. Okupación del colegio San Agustín.
Es mayo del 2008 y en este momento estamos revisando el dossier de prensa que durante aquellos días recopilamos la Asamblea de Okupas de Zaragoza, que nos ha servido para refrescar la memoria y echarnos unas cuantas risas y lágrimas mientras recordamos lo que para nosotras supuso, tras el desalojo de la Casa de la Paz, okupar un nuevo espacio.
Doce años más tarde reflejamos en este escrito los días que vivimos y la huella que se nos ha quedado grabada en la memoria: el gran apoyo que recibimos la gente que estuvimos en el tejado de nuestros padres y madres, y la gran respuesta vecinal de la Madalena, el barrio en el que seguimos viviendo y luchando.
El veinticinco de mayo de mil novecientos noventa y seis, okupamos por segunda vez el colegio abandonado San Agustín, en la calle del mismo nombre en el barrio de La Madalena, en respuesta a la entrada en vigor del nuevo Código Penal que preveía penas de hasta tres años de cárcel más multa por el delito de okupación.
El colegio pertenecía al Ayuntamiento de Zaragoza y llevaba abandonado más de quince años. La primera vez que se okupó este edificio, en el año noventa y cuatro, fue desalojado tras una semana.
Por aquellos días, nosotras dos formábamos parte del centro social Entropía y, junto con mucha más peña de otros centros sociales y de la escena punk que no pertenecían a ningún colectivo, nos pusimos como objetivo crear un espacio okupado: queríamos fomentar la utilización de un espacio público autogestionado donde realizar todo tipo de actividades alternativas más allá del ocio institucional, protestar por la especulación de terrenos e inmuebles abandonados en el casco viejo de la ciudad, y apoyar el movimiento de okupación que en esas fechas estaba siendo duramente criminalizado por la entrada del nuevo Código Penal en todo el Estado.
Del veinticinco al veintisiete de mayo, más de un centenar de personas participaron en el acondicionamiento del colegio, fregona en mano, pintura en brocha, el agua, la luz, planificación de sueños en cada sala, comidas populares, partidas de futbolín y risas, visitas guiadas a las/os vecinas/os, noches de guardia y preparación de la resistencia ante un posible desalojo. Incluso presentamos un proyecto súper currado al Ayuntamiento con nuestros objetivos, los métodos de organización, un calendario de actividades y un plan de rehabilitación del edificio que no iba a costar ni un duro al Consistorio.
El martes veintiocho de mayo a las ocho de la mañana la policía local, bajo las órdenes del superintendente Primitivo Gil Cardenal, comenzó a golpes con la vieja puerta del colegio, el desalojo… Esa noche Pablo, Marcos, Alberto, José, Isa, Gema, Sandra, Silvia, Susana, Isabel, Eva, Vane y Evita dormimos en lo que creímos que sería nuestro nuevo centro social. Ahora mientras escribimos este texto recordamos que esa noche temíamos que iban a venir a por nosotras, era martes…buen día para los municipales.
La noche anterior preparamos la estrategia que llevaría a la policía local a tardar más de una hora en derribar la puerta de entrada y las barricadas interiores… cuatro plantas, una trampilla, una escalera improvisada, provisiones y un tejado antiguo lleno de tejas.
Cuál sería la sorpresa de los pitufos al encontrarse a trece okupas en el tejado, que aun con miedo en sus cuerpos, no dudaban que iban a resistir.
Esperábamos sentadas en la zona más segura, mientras tres municipales se acercaban pidiéndonos «que les acompañáramos». Nos agarramos fuertemente de los brazos los unos a las otras formando una fila, mientras les gritábamos que se retiraran, que el tejado podía caerse. Minutos más tarde cuatro chicas, las que más cerca de la policía estaban, fueron bajadas una a una por la fuerza. A una de ellas le rompieron el brazo y la llevaron detenida al hospital.
A las otras tres okupas nos dieron un paseo en la furgona, nos identificaron y nos soltaron.
Las nueve okupas restantes nos manteníamos firmes en el tejado: «pensábamos que nos bajarían a todas, pero los munipas acabaron por retirarse del borde del tejado, ya que según decían era demasiado peligroso para nosostras/os y por supuesto para ellos… esperaremos a que se cansen y bajen del tejado, decían….»
Abajo, en la calle, una brutal carga policial se saldó con dos detenciones por resistencia a la autoridad. Media docena de «locales» hacían guardia dentro para evitar que subiéramos más okupas, mientras destrozaban todo lo que podían dentro del cole.
No se esperaban que a lo largo de los días se fueran concentrando en esa calle numerosas personas en apoyo a la okupación. Se hacían acampadas día y noche en la plaza de la Madalena (aunque la poli nos despertaba todos los días a las siete de la mañana para pedirnos la documentación) y turnos de permanencias en Radio Topo y en los centros sociales del barrio (Entropía, CSL, Arrebato, Barrio Verde…). Había actividades a cada rato, como juegos con las crías y críos del barrio.
Desde el edificio de enfrente, vecinas y otros miembros de la asamblea nos hicieron llegar comida, agua, ropa, una radio, teléfonos e incluso una sombrilla y una ducha-manguera para soportar el duro solazo de la ciudad en junio. Incluso sacaron un televisor a un balcón para que viéramos las noticias… Muchas provisiones fueron interceptadas por los munipas desde los balcones del colegio.
«Recuerdo el sentimiento de ser todas/os una persona, sabíamos que estábamos haciendo lo correcto. Sentía el apoyo las venticuatro horas de mis compis en el tejado y de la gente que estaba abajo. No me sentí sola ni un solo segundo, y eso en momentos así es muy de agradecer. Recuerdo las risas y los chistes, el buen humor que imperaba en las conversaciones; y eso hacía que no nos viniéramos abajo y que nos hiciéramos más fuertes».
La mañana del jueves 30, cinco de las nueve okupas que dormíamos en el tejado pasamos al palomar del edificio colindante para poder descansar mejor. Como a las ocho de la mañana, siete locales aparecieron porra en mano… «les pedimos que nos dejaran vestirnos, estábamos en bragas y calzoncillos durmiendo en los sacos, y que se calmaran, que íbamos a actuar pacíficamente…». Recogimos nuestras cosas y nos escoltaron hasta la calle. Pensábamos que nos llevarían a comisaría pero sólo nos identificaron y nos dejaron libres; y aproveché para ir a casa a ver a mi familia y pegarme la gran ducha para volver corriendo a la calle San Agustín».
Esa misma mañana, en la asamblea de okupas, se decidió que debíamos intentar volver a subir. Y así fue: por la tarde, aprovechando un despiste de la policía, cinco okupas (dos chicas y un chico que habían sido bajados del tejado y dos chicos más) volvieron a subir… De nuevo volvía a haber nueve okupas en el tejao de San Agustín: Sandra, Gema, Isa, Vane, José, Alberto, Marcos y los dos Nachos.
«Nosotras dos, tras bajarnos los malos del tejado, hacíamos guardias en un piso abandonado que nos dejaron enfrente. Queríamos estar allí de nuevo con ellas, pero abajo las fuerzas también hacían falta, así que no volvimos a subir».
A las nueve de la noche, mientras en la calle se celebraba una cacerolada, la caída de una teja del colegio fue el detonante, según ellos, para provocar una auténtica batalla campal, donde la actuación de la policía resulto salvaje e indigna, contra vecinos/as, okupas y niñas y niños del barrio. Mientras, arriba en el tejado, Alberto y Marcos fueron golpeados por los munipas hasta reducirlos, atados y bajados con cuerdas de los pelos. Resultado final de esa noche: cinco detenidos (los dos del tejao y tres manifestantes) que fueron puestos en libertad al día siguiente, teniendo que pasar tres de ellos por el hospital. Se les acusó de atentado y desorden público y a Marcos y Alberto, además, de ocupación ilegal.
Quedaban siete okupas en el tejao, y los días siguientes como los anteriores, la calle, y el barrio seguían en ebullición.
Por nuestro lado, abajo, en la calle: concentraciones, recogidas de firmas, juegos en la plaza, pintadas por el barrio (recordamos con gracia la de Okupas 8-polis 0), mesas informativas, ruedas de prensa, permanencias…, arriba, en el tejado: cansancio pero ganas de resistir… Los gritos de «un desalojo otra ocupación» mezclados con los de «¿necesitáis algo?» de toda la peña que estaba pendiente de nosotras/os, nos hacían fuertes.
De vez en cuando, los munipas que se acercaban hasta la parte segura del tejado nos decían algo. Recuerdo una vez que nos dijeron que oían Radio Topo y que no los pusiéramos tan mal, que ellos no eran tan malos…
Por su lado: la calle estaba llena de pistoleros… la constante presencia policial en la calle San Agustín creó un estado de sitio: cortaron la calle y pedían el DNI a las vecinas y vecinos cada vez que querían acceder a su vivienda: «ha llegado un punto en el que no pueden visitarnos ni familiares ni amigos, porque si no viven aquí no les dejan pasar, y lo ridículo es que a los que vivimos en la calle nos pidan la documentación tantas veces como salgamos o entremos».
Además, las personas del vecindario recibían insultos de corte racista de los agentes y eran amenazadas y denunciadas por pasar comida a las y los okupas a través de cuerdas y poleas.
La movilización constante durante esos días, las cargas policiales y las detenciones, sacaron al movimiento okupa de Zaragoza todos los días a la luz pública. Ahora nos reímos viendo los titulares de prensa como «Ocho en el tejado y la calle cortada» o «La okupación de San Agustín se calienta con las horas», y releyendo un especial de un periódico sobre el «perfil okupa» en el que se nos denominaba seguidores de Pipi Calzaslargas, «la primera okupa televisiva».
El bombo en prensa fue tal que hasta asociaciones de barrios, Izquierda Unida y CHA, firmaron y presentaron un escrito apoyándonos, con más de mil quinientas firmas a la alcaldesa de aquel entonces y que por cierto aún no habíamos mencionado: Luisa Fernanda Rudi del PP, y al responsable de la policía local, denunciando la violencia desproporcionada e injustificada usada en la desocupación «e instando a las autoridades políticas a dar la cara y a sentarse a hablar con nosotras».
CCOO también hizo público un comunicado en el que rechazaba la actitud del concejal de Servicios Públicos, Antonio Suárez, y de Primitivo Cardenal «por mandar a los municipales a realizar funciones antidisturbios, puesto que sus competencias son otras».
En una gran asamblea en la Federación de Barrios decidimos «negociar con el Ayuntamiento», y planteamos tres condiciones para que se bajara la gente del tejado: que la policía local se marchara de la calle, que se retiraran las denuncias contra los detenidos y que nos cediera el local. Presentamos estas propuestas con la colaboración de IU y CHA, y la mediación del justicia de Aragón, Juan Monserrat, porque pensamos que una cosa era la ley y otra la justicia.
A tres de nosotras nos recibieron en el pasillo varios representantes del Ayuntamiento el tres de junio. El encuentro se cerró sin acuerdo después de que el concejal de Servicios Públicos y máximo responsable de la policía local, Antonio Suárez, sólo aceptara nuestras dos primeras condiciones. «Por supuesto no nos escucharon ni nos dejaron hablar, sólo querían imponer sus condiciones y no aceptamos el planteamiento del equipo de gobierno del consistorio: exigíamos la cesión del colegio ocupado, o la de otro, porque en ese barrio el ayuntamiento tenía bastantes locales infrautilizados. Desconfiábamos totalmente de la promesa de Suárez de estudiar el proyecto en un futuro; si nos vamos de la casa no nos la volverán a dar nunca».
La Rudi se mantenía firme y decía que accedería a entrevistarse con nosotras/os siempre y cuando abandonáramos el tejado. La postura inicial de la asamblea fue que mientras no nos concedieran estos tres puntos, la gente seguiría resistiendo en el centro social y en la calle.
El cuatro de junio dos chicos okupas del tejao bajaron con la mediación de asesores del Justicia y concejales de IU, para estar presentes en las negociaciones.
Tras mucho debatir y con muchas contradicciones entre la asamblea, el cinco de junio y tras ocho días en el tejado resistiendo, soportando desde un sol asfixiante hasta intensas tormentas, las/os cinco okupas que quedaban abandonamos voluntariamente el tejado. Aceptamos las propuestas del ayuntamiento. «No nos fiábamos de sus promesas pero teníamos que negociar… había gente que llevaba en el tejado todos los días que duro la okupación y el cansancio empezaba a aflorar».
El compromiso final fue el estudio de la rehabilitación del colegio y del proyecto que presentamos para su cesión a la Asamblea de Okupas y la no presentación de cargos contra la gente que resistió en el tejado y los detenidos en las diversas actuaciones policiales.
Días después, dos de nuestro abogados tuvieron acceso al interior del colegio para poder recoger nuestros objetos personales que estaban totalmente deteriorados y mojados de orines («desde que fuimos desalojados sólo la policía local tuvo acceso al inmueble»). El colegio por dentro estaba destrozado y lleno de pintadas insultantes hacia el movimiento okupa, incluso colgaron banderas de España y pintaron esvásticas nazis.
No éramos muy conscientes por aquel entonces de la nueva penalización de la okupación, de verdad creíamos que podíamos conseguir ese espacio, «Okupar no es un crimen, es un derecho». Aunque pensábamos que la casa nos la habíamos ganado teja a teja… por supuesto, nunca nos la dieron… ni siquiera otro espacio.
Una semana después un grupo de empleados municipales derribaron las paredes interiores, suelos y tejado. ¿En estado de ruina?… Tuvieron que estar tres días para echar abajo vigas y paredes.
Los terrenos del Colegio San Agustín entraron dentro del Plan Integral del Casco Viejo. El ayuntamiento de la Rudi prometió que se aprovecharía el suelo para construir un centro «cívico»…, seis meses después de la okupación derribaron el edificio y ahora es un aparcamiento de coches.
Días después la Rudi en un programa de radio negó que se prometiera nada.
No hubo cargos contra la gente que estuvimos en el tejado, pero sí dos juicios a personas detenidas en la calle, con dos multas que superaban las trescientas mil pesetas.
Y bueno, conseguimos un eco de la ciudadanía inimaginable en temas como la especulación, marginación de barrios y actuación policial en la toma del barrio de la Madalena. Además, el ayuntamiento del PP se vio desbordado con la okupación, que contó con el apoyo de un montón de gente, asociaciones, colectivos e incluso algunos partidos políticos de la oposición. Logramos que nuestro grito, silenciado tras el desalojo de la Casa Ocupada de la Paz, se volviera a oír con gran intensidad.
Sus falsas promesas acabaron con aquel sueño, pero no con nuestra actividad y permanencia de ideas vivas y distintas a las impuestas y sancionadas por el Estado, que seguimos realizando en otros espacios.
Por cierto, mientras escribimos este texto nos han desalojado del CSO Rasmia… pero a estas alturas si algo hemos aprendido es que «mientras haya casas abandonadas, habrá okupas para crear espacios libres… Ahora ya no le pedimos nada al Ayuntamiento, sólo que nos deje vivir donde otros quieren especular».
Susana y Silvia, dos okupas del tejao