BIBLIOTECA FRIDA KAHLO
Recuerdo la cara de Frida Kahlo: cejijunta y bigotuda. A color. En un carné de socio de su propia biblioteca: la Biblioteca Frida Kahlo. Como tantos otros proyectos germinados en el Arrebato, ya teníamos los carnés pero no la biblioteca, ni siquiera las personas que la iban a dinamizar y a ayudar a nacer.
En esa época llegué yo al Arrebato. Era septiembre de 2000. En Heraldo de Aragón había leído por la mañana una noticia que me resultó curiosa. En las páginas de «cultura» se decía que el equipo de Documentos TV iba a grabar un concierto en la Sala Arrebato. TVE estaba preparando un reportaje sobre formas autogestionadas de vivir la música y los Nevergood eran un grupo que promovía una manera distinta de disfrutarla.
Y allí que me fui. Arrebato a rebosar. Abarrotado. Hardcore, risas, sudores. No recuerdo haber estado antes allí. Conocía otras realidades a través de las charlas sobre Chiapas, las manis por la insumisión y las propuestas desde Radio Topo. Pero La Madalena no era un barrio muy recomendado para adolescentes, se decía. Y, aunque nos vimos tentados en más de una ocasión en ir algún sábado por allí, todavía no nos habíamos atrevido. A la Vía Láctea sí, porque nos gustaba jugar al pinpón mientras fumábamos un peta. En una temporada, sería el 96 o así, casi convencen para tocar en Arrebato a un amigo que andaba sacando canciones con su guitarra, al estilo de la nueva trova cubana, pero no llegamos a dar el paso en esos momentos.
Volvemos al concierto. Hacía falta ayuda en la barra. Dos de mis amigos eran de Rebel y estaban agobiados con tanta gente. Así que entré a echar una mano. Nunca había puesto una caña en un bar. Al terminar el concierto, Eduardo Langarita, al que conocí esa tarde, me dio unas llaves del local y me dijo: «Este martes a las ocho, asamblea».
Y el martes a las ocho, allí estuve. Había descubierto, como tanta gente, la parte de delante del Arrebato: su sala de conciertos, su bar, su lugar de encuentro, su fauna. Y ese martes conocí la de detrás: la de los mil carteles de «Palestina Vencerá», los eternos debates sobre antifascismo, la disidencia hecha práctica cotidiana,… y el carné de la Biblioteca Frida Kahlo.
Efectivamente, la biblioteca no existía. Había cajas. Variadas cajas y archivadores con las publicaciones más insólitas: libros de Trotsky en portugués, actas escritas a mano de la creación de una sección de Comisiones Obreras en una fábrica, manuales de cómo fabricar cócteles molotov, poesías del Frente Fanzinista para la Liberación Literaria, revistas «guarras»,…
Y, poco a poco, china chana que decimos en aragonés, fuimos abriendo esas cajas y descubriendo sus tesoros. Unos días, aparecían recortes y recortes de periódicos catalogados por temas: cárceles, ecología, Sáhara,… Otros, pegatinas de colectivos extintos como Luita o la JCR. Los más, fanzines de difícil clasificación y dudosa procedencia. De repente, alguien llamaba a la puerta de atrás de Arrebato. Abríamos y nos dejaba una caja de libros que quería donar al proyecto.
De esta manera, con la ilusión de un minúsculo grupo de personas, las publicaciones guardadas de asociaciones desaparecidas y las donaciones de particulares, la Biblioteca Frida Kahlo empezó a crecer en las estanterías de la oficina del Arrebato. Nunca del todo ordenadas, sin informatizar sus fondos, sin conocimientos de biblioteconomía y documentación. Tan solo teníamos interés en lo que aparecía, pegábamos con celo signaturas en los lomos de los libros y colocábamos los ficheros más o menos catalogados.
Más adelante, la cada vez más nutrida afluencia de gente a los conciertos, las necesidades logísticas de los grupos que tocaban y las dificultades de armonizar en un mismo espacio ocio nocturno y libros, nos animaron a trasladar la biblioteca a otros espacios.
Pero esa es otra historia, la del siglo XXI, la que hoy seguimos escribiendo un grupo de personas entusiasmadas por los libros, los fanzines, la expresión libre y la cultura popular. Una cultura que defendemos, protegemos y difundimos. Sin esos libros, sin esa biblioteca, mi manera de comprender el mundo y posicionarme en mi vida, no sería la misma. Gracias a ella he leído a Álvarez Rabo, a Rosa Luxemburgo, a Koldo Fanzinez, a George Orwell, a Karl Marx, a Leopoldo María Panero, a las Mujeres Creando de Bolivia, a Santiago Alba Rico,…
¡Larga vida a la Biblioteca Frida Kahlo!
Nacho Escartín