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zaragoza rebelde – 1975, 2000 – movimientos sociales y antagonismos

ZETA, LA ÚLTIMA LETRA


Tras la insistencia de mi amigo Paco Rallo, decido rememorar lo acontecido en los primeros años de la Transición a un grupo zaragozano de dibujantes de cómics al que tuve la suerte (mala y buena, como todo lo azaroso) de pertenecer. He leído diversas versiones de lo sucedido al Colectivo Zeta con motivo del secuestro del número tres de nuestra revista de cómics, también llamada Zeta, y posterior juicio al conjunto del Colectivo por «escarnio a la religión católica». Este es mi relato.

El Colectivo Zeta -y su publicación homónima- comenzó su andadura en el año 1977.[1] En él participaron un conglomerado de jóvenes zaragozanos a los que unía el gusto por dibujar historietas, partiendo de premisas conceptuales y formales muy heterogéneas, aunque también emparentados por una cercanía ideológica tirando a izquierdosa, en una amalgama que iba desde los encuadrados en organizaciones marxistas -en cualquier caso, una minoría- hasta aquellos con actitudes menos militantes, pero decididamente anarcoides. Vamos, lo que entonces se llamaba contracultura, hija tardía del mayo francés y del underground norteamericano, a partes iguales. También, por qué no, éramos herederos ideológicos de una gran parte de los vencidos en la Guerra Civil y represaliados durante la dictadura franquista.

Desde luego, la revista Zeta no era el órgano de ninguna vanguardia revolucionaria, sino un medio de expresión libérrimo y desenfadado de un grupo de jóvenes vitalistas con ganas de disfrutar y hacer partícipes a otros jóvenes, en su misma onda, de su ingenio y de su creatividad. Tampoco había en ella nada de clandestino, pues no hacíamos sino ejercer el derecho a la libertad de expresión, que reivindicamos desde el primer momento y que, en breve, fue refrendado por la Constitución, aprobada el mismo año del secuestro del tercer número de Zeta.

La llamada Transición y los Pactos de la Moncloa no hicieron sino cerrar en falso una ominosa etapa política sin ningún tipo de revisión y devino en una amnesia-amnistía que permitió seguir en su puesto y ejerciendo su poder a todo el aparato político-social-económico-policial-judicial-religioso y militar de la dictadura. Con el tiempo todo se iría diluyendo lentamente, y no habría sino esperar a la jubilación de los personajes más significados del viejo régimen para que la Democracia transmutase a sus herederos en acérrimos demócratas.

Nadie sabe cómo llegó a manos de un juez nuestra humilde publicación, de la que no editábamos ni un millar de ejemplares, y que distribuíamos a pedal, porque no teníamos recursos para permitirnos los servicios de una empresa distribuidora. Aunque, curiosamente uno de los apellidos del juez coincidía con el de un joven fan del grupo y aficionado a los cómics que pululaba, junto a otra media docena de simpatizantes, por el local que utilizábamos como redacción y taller editorial de la revista. Pero bueno, no son sino suposiciones sin fundamento que no van a ninguna parte. En el susodicho local ejercíamos nuestra democracia asamblearia para la toma de decisiones y practicábamos, sin saberlo, terapia de grupo. También, hay que decirlo, hacíamos un uso responsable de elixires e inhalaciones con el objeto de ampliar tanto nuestra percepción introspectiva como nuestra sociabilidad.

El juicio, con todas las garantías para el tribunal, tuvo lugar en octubre de 1979. Se nos acusó de «escarnio a la religión católica». Inicialmente actuaron contra Antonio Soteras, autor de una ilustración que pareció ser el detonante del secuestro. Pero inmediatamente, tras exculpar con nuestras declaraciones a los que figuraban como editor y director del Pollo Urbano, y por ende de la revista Zeta,[2] se nos encausó a todos los componentes del Colectivo como gestores de la publicación. Y, en fin, para que no quedara la cosa en una mera responsabilidad subsidiaria, el fiscal amplió el delito flagrante de «escarnio a la religión católica» a todos los que aparecíamos (ocho miembros del Colectivo) en una fotografía en la contraportada del número secuestrado, parodiando alegremente la iconografía de la Última Cena, con el slogan «esta no es la última Zeta»[3] (¡y tanto que lo fue!). Fíjate, unas tiernas víctimas del adoctrinamiento del nacional catolicismo son censuradas por utilizar con exquisito comedimiento la simbología sacra como socorrido recurso publicitario. Está claro que nos querían trincar a todos solidariamente, aunque lo que realmente les había indignado era el dibujo de Soteras que de una forma poco habilidosa, pero contundente, denunciaba la connivencia de los poderes fácticos en la secular y desigual lucha de clases, que se empeñaban en negar como si sólo se tratara de un constructo marxistoide y antisistema de las resentidas capas inferiores en la perfecta pirámide social. O, con otras palabras, el capital, con el apoyo de las fuerzas públicas, y amparado espiritualmente por la iglesia, exprime al proletariado. Aunque otros sólo vieron una imagen soez de la Virgen del Pilar.

La intervención del fiscal dejó clara su adscripción y la nuestra en estos asuntos, y su decisión de cercenar los miembros gangrenados para evitar la extensión de un mal absoluto y satánico de los que no éramos sino la cabeza de la serpiente, más a más, financiados con el oro de Moscú. El castigo debía ser ejemplar y ejemplarizante. El alegato de la defensa fue ingenuo y acobardado, pues habiendo recabado la asistencia de un señalado gabinete de abogados, cuyo titular tenía resonancias progresistas, nos enviaron a un pardillo con poco más que buena voluntad.[4] La suerte estaba echada. Se nos imponía una pena carcelaria de cuatro meses y un día y la extinción de nuestro derecho a votar y ser votados o ejercer cualesquiera cargo o empleo público por un periodo de siete años. El abogado presentó un recurso de casación que pospuso el cumplimiento de la sentencia.

El número cuatro de la revista Zeta estaba prácticamente terminado, y decidimos sacarlo adelante con un hábil cambio de cabecera y portada. Ahora se llamaría Bustrófedon, nombre «raro y feo, para mayor seguridad», como decíamos en un encarte inserto en la publicación que explicaba los avatares del Colectivo en su encuentro con la administración de justicia. La revista se vio enriquecida con los trabajos de un nutrido grupo de humoristas gráficos y dibujantes de cómic de primera línea de toda España, y su editorial estaba ilustrado con un dibujo realizado ex profeso por el afamado autor francés Moebius. Para entender estas desinteresadas y espontáneas colaboraciones hay que recordar el eco que este triste acontecimiento tuvo en la prensa nacional y el apoyo desbordante de artistas e intelectuales de todo el país, pero especialmente de Zaragoza. Volveré sobre ello más adelante.

Esta publicación fue el canto del cisne del Colectivo Zeta, aunque todos continuamos de un modo u otro vinculados durante más o menos tiempo al mundo de los cómics, y, sobre todo, mantuvimos una buena amistad. Pero este desagradable tropiezo, que no había hecho más que empezar, nos deparó a todos más de un mal rato. En este punto, sólo os puedo contar mi experiencia personal.

Por aquel entonces cursaba Ciencias de la Comunicación en Barcelona, y a causa de este asunto no pude renovar la prórroga por estudios de que disfrutaba, y me llegó la carta de llamada a filas para el cumplimiento del servicio militar obligatorio a finales de ese mismo año 1979. Llevaba ya varios años viviendo de forma independiente, disfrutando de una agradable libertad, y no fue fácil elegir entre la deserción o el alistamiento. Opté por esta segunda opción creyendo que desbarataría menos mis proyectos vitales… Sólo sería un paréntesis. Lo cierto es que el impacto del periodo inicial de campamento en Palma de Mallorca fue como un viaje a los infiernos. Pero me rehice rápidamente. El resto de mi estancia en el destino de Menorca fue bastante llevadero. El grueso de los compañeros (conocí a gente estupenda) no pensaban sino en pasarlo lo mejor posible dentro de la gravedad, y los mandos eran una cuadrilla de seres absurdos e inmaduros muy fáciles de torear. Bueno, no es mi intención contaros la mili. Llegó el mes de febrero de 1981, y se acercaba la fecha de licencia para los de mi reemplazo, el día veinte de ese mes. Pero una orden de capitanía decretaba un misterioso estado de alerta, sin más justificación, que acuartelaba a todo el personal hasta el día veinticinco. Se posponían todos los permisos y licencias. Si algo práctico aprendí durante este periodo fue a falsificar documentos, sellos y firmas. No había perdido el tiempo. Me fabriqué un montón de papeles falsos y me autolicencié el día veinte, cogí mi petate y me largué del cuartel con todas las bendiciones del cuerpo de guardia.

Abandoné la isla y me fui a esperar la suelta de mis compañeros a Barcelona. Ahí me pilló el intento de golpe de Estado del 23-F. Fue aquel un angustioso día y una noche en blanco, organizando mentalmente mi salida del país. Pero, afortunadamente, como recordaréis, todo quedó en agua de borrajas en muy poco tiempo. Volví a Zaragoza. Poco más de una semana más tarde me llegó la sentencia firme de nuestra condena por el asunto Zeta. El recurso no había prosperado. Se me conminaba a presentarme en un plazo de una semana para mi ingreso en prisión, en compañía, claro, de los otros siete secuaces.

Esa semana fue un hervidero de reuniones, entrevistas, consejos, apoyos incondicionales… Volvió la prensa nacional a interesarse por el asunto, y el día previo a nuestro ingreso en prisión se realizó una asamblea de gente del arte, las letras, la música y la farándula en el amplio local del grupo de teatro La Ribera, en el que se plantearon diversas acciones de protesta y presión. Hubo hasta quien propuso iniciar una huelga de hambre…

Esa misma noche nos reunimos todos los miembros del Colectivo en el restaurante La Matilde, y recuerdo que Luis Felipe Alegre acompañado de un cámara de vídeo graba una breve entrevista a cada uno de los implicados. Todos van desgranando las altas motivaciones reivindicativas y martirológicas que les conducen a prisión, pero con la cabeza muy alta… No sé si realmente a ellos les convencía semejante discurso o si se estaban apoyando moralmente unos a otros en un momento muy jodido para todos.

Yo ya me había enfrentado a una difícil decisión cuando me llamaron a filas, había pasado recientemente catorce meses privado de libertad, aun no se habían reparado los desperfectos producidos por las balas en el Congreso de los Diputados… En fin, que no estaba dispuesto a pasar ni ochenta ni ocho días encerrado en una jaula. No creía que tuviera nada que saldar con una sociedad y una administración que no acababa de resolver su convivencia civilizadamente, ¡tanto antisocial suelto y yo entre rejas!… Me tocó el turno ante la cámara y así quedó registrado, ante el estupor de mis compañeros: yo me largo… Esa misma noche partía hacia París.

A la mañana siguiente, todos menos uno se presentaron puntualmente en la Audiencia para ser trasladados a la prisión de Torrero. Les acompañaba un numeroso grupo de los asamblearios del día anterior, que se manifestaron pacíficamente en el Coso, frente a la Audiencia. Como yo no estaba presente recurro al relato que aparece en un blog: «En la puerta de Torrero, prisión de Zaragoza, esperaban para entrar. Fernández Ordóñez, ministro de justicia y diputado por Zaragoza hizo un comunicado exigiendo que los dejaran en libertad inmediatamente. Eran ocho los dibujantes y solo estaban siete. El octavo había huido a Francia. Tenían que firmar el «enterado» o libertad condicional. Se pusieron en fila y el primero que firmó volvió a ponerse en fila para firmar por el octavo».[5] Esta última y divertida anécdota me consta que es apócrifa. Sé que alguien justificó mi ausencia alegando que estaba enfermo, y les dijeron que me transmitieran que debía ir a firmar a la mayor brevedad. En cuestión de minutos se ponían en contacto telefónico conmigo, pues algunos sabían que mi primera escala era Angulema y que me pensaba entrevistar con el director del Salon International de la Bande Dessinée, que tenía su oficina en el ayuntamiento de dicha ciudad. Me pusieron al tanto de lo sucedido y me rogaron que volviera para firmar, no fuera a ser que… Bueno. Volví y firmé. Todo sea por contentar a los amigos.

No quiero terminar este relato sin aprovechar para agradecer a todos los que en su momento se movilizaron y trataron de echar una mano. Me consta que la intervención de Fernández Ordóñez fue motivada por el estado de opinión pública generado en torno a este affaire, y que quien realmente intercedió por nosotros ante el Gobierno fue el entonces alcalde de la ciudad, Ramón Sáinz de Varanda (un «homenaje» desde aquí a estas dos estupendas personas, que ya no están entre nosotros). Tampoco quiero desaprovechar la ocasión para reseñar que un periodista local publicó un artículo de opinión, el mismo día de nuestro anunciado ingreso en prisión, en el que reconvenía mi cobarde decisión de huir de la «justicia». Sin comentarios.

Manuel Estradera Vázquez, Strader


[1] La iniciativa parte de Carlos Azagra y Manolo Mastral, que congregan para el primer número de la revista a Víctor M. Lahuerta, Gregorio Martín, Ricardo Joven, Luis Royo y Antonio Soteras; Yo (Strader) comienzo a participar con el número 2, y en la última etapa -poco antes del juicio- se integran Samuel Aznar y Carlos Castillo. Hubo otros componentes y colaboradores habituales (como los guionistas José Carlos Arnal, Antonio Altarriba, Chema Calvín -al. J. M. de Priego-) pero este fue el núcleo básico del Colectivo Zeta. Sólo los ocho primeros fuimos los encausados.

[2] El que figuraba como editor era Dionisio Sánchez y como director Túa Blesa. La revista Zeta apareció como «N.º Extra del Pollo Urbano», a fin de solventar los aspectos legales de su edición, pero aparte de la amistad que nos unía con sus componentes, no existía ningún otro vínculo a la hora de elaborar y gestionar nuestra publicación.

[3] Carlos Azagra, en su blog http://cazagra.blogspot.com/, trata de rememorar (lo que va en cursiva es un añadido mío): «Cuando nos secuestraron el nº 3 de la revista Zeta, el fiscal adujo que en la contraportada parodiábamos la Última Cena, bien, nada de eso era verdad, fue una comida (una paella) en El Casinico de la calle Pignatelli, en Zaragoza, y si sale la corona negra encima de Ricardo Joven, es porque quedaba feo el gesto metalero de los dos dedos cornudos, entonces aún no existía el Richal. Lo cierto es que la cara de Ricardo se parecía mucho a la de Jesucristo, y eso ayudó a la confusión, los que estábamos ahí, por orden de aparición éramos: el Rizos, un servidor, Luis Royo, Strader, Ricardo Joven, Mastral, Lahuerta y Gregorio, que hizo la foto, a distancia». No me gustaría dejarlo por embustero -aunque sí resulta un tanto desmemoriado-, pues tengo que puntualizar que fue una cena en Casa Montañés, en la calle Boggiero; fue una estupenda parrillada de marisco que costó menos de 500 pesetas -bebidas, postres y carajillos incluidos (¡increíble!)-, y sí tuvo una clara intención paródica, pero como un guiño divertido. Es cierto lo de los «cuernos», lo que demuestra una mojigata autocensura para no herir sensibilidades (de poco nos sirvió).

[4] No hay nada personal en estas descalificaciones. Todos éramos entonces unos pardillos. Este señor es ahora un prestigioso y eficaz abogado especializado en asuntos de ecología y medioambiente. Pero recuerdo que uno de los consejos previos que nos dio, antes del juicio, es que no hiciéramos mucho ruido y que evitáramos airear el asunto en los medios de comunicación (como para no molestar…). De hecho, en el juicio apenas asistió un puñado de amigos y familiares, y un único periodista, Javier Losilla, más por amistad que de forma profesional. Por cierto que publicó alguno de los pasajes de la intervención del fiscal y del texto de la sentencia, que no tenían desperdicio.

[5] (http://enrevuelta.blogspot.com/2008/05/colectivo-zeta.html) Está claro que ésta es una versión de oídas, pero me he decidido a reproducirla porque es la única de estos hechos concretos, con cierto detalle, que he visto publicada, aunque sea incierto que ocurrieran «en la puerta de Torrero». Como ya digo, todo ocurrió en la Audiencia.