PARROQUIA DE SAN AGUSTIN
En septiembre de 1986 tiene lugar una huelga de sesenta días del transporte urbano en Zaragoza. Representantes del sindicado CUT (Colectivo Unificado de Trabajadores), trabajadores de TUZSA, mantienen una reunión con los sacerdotes de la Parroquia de San Agustín, con la finalidad de solicitar el uso de sus instalaciones para llevar a cabo el encierro durante la huelga.
En aquel momento la parroquia estaba ubicada en la avenida de San José, esquina con la desaparecida calle Cartagena.
Comienza la huelga en septiembre del 1986 y, en noviembre del mismo año, se da por finalizada. Dos meses más tarde, en enero, se reanuda el conflicto y comienza un segundo encierro que dura hasta febrero de 1987, agravándose la situación.
En esas fechas en la parroquia existía un importante grupo de jóvenes en diferentes actividades propias y del barrio, con una edad entre 16 y 28 años y otro grupo de adultos.
Los sacerdotes informaron de la situación de los trabajadores de TUZSA y su demanda a los diferentes grupos y en las misas, para recoger la opinión de la gente, así como los motivos que nos llevaban a apoyar esta huelga, no sólo cediendo las instalaciones, sino compartiendo su situación, lucha y reivindicación.
La decisión que se toma de apoyar la huelga se comunica a través de uno de los sacerdotes (Teodoro) al obispo de Zaragoza, D. Elías Yanes, que no puso ningún inconveniente.
Las instalaciones de la parroquia no eran nada cómodas ni suficientes, pero todo se puso a su disposición: los locales que utilizaba el Taller Ocupacional San José, el grupo scout, el despacho parroquial (que era despacho de todos) y el lugar de culto (iglesia). Tanto por parte de los sacerdotes, los jóvenes y adultos de la parroquia, como por los trabajadores, siempre hubo mucho respecto y colaboración en el uso de la iglesia; era donde dormían, celebraban sus asambleas…
Desde el principio asumimos que la actividad diaria de la parroquia y del Taller Ocupacional San José se alteraría por el uso del espacio y porque el grupo de trabajadores en huelga era numeroso, teniendo en cuenta la precariedad de todas las instalaciones.
Enseguida se creó una relación de confianza y apoyo, de compartir muchos momentos buenos y malos, entre el colectivo de trabajadores y las personas que estábamos en la parroquia. Se consiguió una buena complicidad por ambas partes y se mantuvieron muchas conversaciones a nivel personal, sobre todo con Ramón y Teodoro, sacerdotes de la parroquia.
Para muchos de nosotros supuso una experiencia, personal y colectiva, significativa, dura, de desgaste y muy relacionada con nuestra preocupación por el paro, las condiciones de trabajo y el papel en aquel momento de los diferentes sindicatos.
De esta experiencia destacaría la duración de la misma y algunos momentos concretos:
– Funcionamiento de un movimiento asambleario.
– Posiblemente fue la última huelga de un colectivo de trabajadores muy conocido por los ciudadanos, por tratarse del transporte urbano, lo que afectaba a todos y provocaba posturas de tensión, incomprensión…
– Momentos de tensión y desolación cuando se “rompió” la huelga y, de alguna manera, el colectivo de trabajadores. Hubo mucho desgaste personal, conflictos internos, conflictos con sindicatos, trabajadores esquiroles (no todos por propia decisión, sino por miedo a perder el trabajo), presión de los inspectores y algún sindicato importante.
– Por allí pasaron diferentes comités de empresa, los sindicatos.
– La empresa despidió a varios trabajadores y hubo amenazas hacia el resto.
– El ayuntamiento no llevó a cabo ninguna mediación y tampoco optó por los trabajadores.
– La imagen que se reflejaba en algunos medios de comunicación era una visión negativa de los trabajadores, se cuestionaban sus conductas, acciones, se les tachaba de sindicato radical…
– La imagen de la parroquia, que se centró sobre todo en los sacerdotes, se intentó desprestigiar en algunos medios y sectores de la Iglesia. Se nos nombraba como “el Corral de la Pacheca”, se hablaba de forma pública de curas rojos y era evidente que no se estaba de acuerdo con la implicación en la huelga.
– Los sacerdotes, junto con otras personas que no eran de la parroquia, colaboraron en el intento de una mediación con la empresa, buscando a personas concretas para ello.
– También en la parroquia se dieron varios acontecimientos orientados a reventar y desprestigiar la huelga y al CUT: la policía colocaba las furgonetas encima de la acera y delante de la puerta, limitando el paso. Se solicitó su retirada, contando con el apoyo del obispo, y consiguiendo que se desplazaran a otra esquina. Hubo una amenaza de bomba, con la finalidad de que los trabajadores desalojaran las instalaciones, originándose bastante tensión entre todos los que estábamos por allí. Al desalojar los locales nos encontrábamos en la acera con la policía pidiendo el desalojo.
El conflicto de la huelga de Tuzsa tuvo una magnitud importante, fue bastante silenciada y desprestigiada por algunos medios de comunicación, además de la empresa y el ayuntamiento que, en nuestra opinión, no se implicó.
El encierro de los insumisos.
Ocho años después, en el año 1994, la parroquia vuelve a comprometerse con otro encierro (no han sido estos dos los únicos). Esta vez es un grupo del colectivo de insumisos quien se instala en la Parroquia de San Agustín, ubicada en ese momento en los locales nuevos de la entonces aún calle Cartagena y más tarde avenida Cesáreo Alierta, 78.
La opción de la parroquia por los jóvenes era clara y, tanto en la década de los ochenta como de los noventa, la objeción de conciencia que pretendía el reconocimiento legal del derecho a no realizar el servicio militar por motivos de conciencia y la insumisión eran una realidad que afectaba a los jóvenes, tenía que ser tenida en cuenta, darle valor y respeto y no ser tratada como una actitud irresponsable.
A finales de los setenta y durante los ochenta, en la parroquia se tuvo una experiencia y compromiso por la objeción de conciencia al servicio militar de la mayoría de los jóvenes, que habían participado en el Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) y un compromiso pacifista, a través del Movimiento por la Paz y el Desarme.
En aquel momento, como jóvenes que éramos, se vivió como una forma de entender la vida, con entusiasmo, porque era un camino hacia una sociedad no violenta, y con preocupación por la tensión internacional, que se concretaba en la posibilidad de una guerra nuclear, estando en auge entonces en nuestro país el movimiento pacifista.
Estaba claro que la objeción de conciencia y la insumisión tenían unas serias consecuencias, cambiando, según el momento, en forma, pero no en el fondo: pena de cárcel, dificultad para acceder al trabajo, la inhabilitación, algún conflicto y preocupación en las familias por la decisión de sus hijos de no realizar el servicio militar, así como la negativa a la prestación social sustitutoria (PSS), ya que era una manera de suplantar mano de obra barata en servicios que la sociedad necesitaba, además de considerar que penalizaba a los objetores. Los jóvenes de la parroquia vivieron con dificultad sus decisiones. En aquel momento, década de los ochenta, se estaba saliendo de una situación importante de paro juvenil y de pérdida de puestos de trabajo.
Muchos de estos jóvenes se sintieron mal, tanto al quedar “excedentes de cupo”, como al optar por la prestación social sustitutoria y otros, que optaron por no romper el tercer grado. Por parte de los que entonces éramos sus referentes, se les apoyó por igual, sin hacer juicios de valor sobre ninguno de ellos.
La parroquia, sacerdotes y seglares, apoyaron el encierro del grupo de insumisos. Se opto por lo más difícil, acogerles y darles cobertura.
Se informó en los grupos, en las misas y por último en el Consejo Parroquial se terminó de decidir.
Se informó del uso de la parroquia, del Centro Sociolaboral y el resto de instalaciones.
Se dejó a su disposición la iglesia, teniendo en cuenta que si la policía se presentaba en los locales, no podía entrar en ese espacio sin autorización.
Durante todo el tiempo uno de los sacerdotes (Teodoro) era el que acudía a los juzgados cuando se citaba a juicio, estaba pendiente del proceso y, junto con otro de sus compañeros, se preocupaban de ponernos al corriente de todo lo que pasaba.
Durante el encierro, este grupo de insumisos compartió algunos momentos con los educadores y jóvenes del Centro Sociolaboral.
Desde el movimiento vecinal se valoró esta situación, en un contexto de debate sobre si las asociaciones de vecinos podían acoger a objetores para que hicieran en nuestras asociaciones la prestación social. El encierro de la Parroquia de San Agustín se puso como ejemplo de cuál era el camino más correcto. La opción más correcta era apostar por el No al servicio militar, a la prestación sustitutoria y no a la cárcel.
Una de las consecuencias de este encierro fue que algunas personas dejaron de participar en los grupos y en la parroquia, porque no compartían la decisión que se tomó de apoyar el encierro de los insumisos y lo que ello implicaba.
Y otra fue haber vivido el inicio de todo este movimiento y el reconocimiento a todos aquellos jóvenes que arriesgaron mucho y tuvieron la valentía de apostar por una sociedad desmilitarizada.
Olga Brau