L@S ECOFONTANER@S
En el otoño de 1989, en la comarca zaragozana del Moncayo, tuvo su primera aparición pública un estrafalario colectivo ecologista que dio en llamarse Ecofontaneros.
Simplemente su denominación ya sirvió para enredar las cosas (mucha gente los vinculaba con el gremio de los «plomeros»). Procede ésta de una palabra del argot político, «fontanero» (funcionario encargado de hacer «trabajos especiales»), fundida con el prefijo inequívoco ecologista. Es decir, un colectivo concebido para las «acciones especiales», para la acción directa no violenta en defensa del medio ambiente y sus gentes.
Algun@s de sus fundador@s trabajaron o mantuvieron relación con la primitiva Asamblea Ecologista de Aragón. El origen más remoto de los componentes de este colectivo está en la evolución progresiva del activismo antifranquista de izquierda hacia posturas del llamado «ecologismo social», de carácter anticapitalista.
Su carta de presentación define con claridad su vocación, objetivos y método de acción: Una fría mañana de cierzo, en el camino de acceso a las obras de la macro urbanización «Cumbres del Moncayo», en Añón, un equipo de activistas excavan cinco hoyos en la pista, a pocos metros de la maquinaria. Inmediatamente después y antes de despertar la alarma en la obra, se introducen otros tantos activistas en los agujeros y se rellenan de cemento armado de fraguado rápido.
Cuando la guardia civil hace acto de presencia, avisada por el capataz del tajo, el hormigón que medio sepulta a los activistas ya ha fraguado. Los agentes, estupefactos, no saben que hacer y montan guardia al lado de tan peculiar plantío humano. Una pancarta, que se convertirá en mítica, ilustra la caricaturesca escena «SOS Moncay. Stop obras». Así queda sellada la declaración de guerra contra el expolio de un paraje, pura seña de identidad aragonesa.
Un perplejo Iñaki Gabilondo, desde los micrófonos de la cadena SER, mantiene constantemente informada a la audiencia del desenlace de tan desparramada protesta. El veterano locutor no daba crédito a la información que transmitía la corresponsal de Radio Zaragoza desde la Dehesa del Moncayo
Nace en el Moncayo un frente de lucha en defensa del territorio y de rechazo a la especulación urbanística que agrupa a vecinos afectados por la amenaza de expolio de unos recursos hídricos escasos, ecologistas, movimientos ciudadanos y partidos de izquierda.
Como figura máxima defensora del absurdo proyecto se situará el entonces presidente del Gobierno de Aragón, Hipólito Gómez de las Roces. Fundador del PAR (en aquel momento, se denominó Partido Aragonés Regionalista, ahora simplemente Partido Aragonés), tardofranquista y, en otro tiempo, adalid de la derecha antitrasvasista; su respaldo político a la gran urbanización marcará el comienzo del declive de su partido (entonces mayoritario), totalmente desprovisto de su careta populista.
De entre los activistas ecofontaneros pocos de ellos reúnen un suficiente bagaje teórico. Quizás los más notables sean Victor Frago (histórico cenetista aragonés), Antonio Casas (geólogo) y Pedro Arrojo. Pero en conjunto forman un equipo de acción directa no violenta muy efectivo. Y también extraordinariamente económico.
Su audacia y capacidad de improvisación llevan constantemente la imagen de sus acciones y protestas a las páginas de los diarios. Ocupan tejados del Palacio de Pignatelli (sede del gobierno), realizan huelgas de hambre, bloquean actividades en la obra, promueven cadenas humanas y manifestaciones. Así ponen en un brete no solo al proyecto urbanístico sino también a sus valedores políticos.
Había nacido lo que humorísticamente denominaron (los propios activistas) un «greenpeace con cachirulo».
El proyecto de construcción de una autopista eléctrica, diseñada para cruzar el Puerto de la Pez y el todavía territorio virgen del Valle de Chistau, constituyó el segundo frente de la actuación ecofontanera, en el principio de la década de los 90.
A fin de importar energía de origen nuclear desde Francia con destino a Portugal, se proyectó una gigantesca línea de alta tensión que inmediatamente fue rechazada por los pueblos del valle (Plan, San Choan de Plan y Chisten).
A la par que los vecinos afectados comenzaban la movilización social contra el proyecto (encabezada por el experimentado luchador Chema Fantoba), los ecofontaneros comenzaban a diseñar acciones de hostigamiento propagandístico contra la empresa concesionaria REDESA (Red Eléctrica de España).
En la antesala del verano del 2000, un equipo ecofontanero pertrechado de cuerdas, arneses, vagas, mosquetones y escaleras de ganchos (elaboradas por ellos mismos a la medida de su uso) escala la fachada del edificio Torre Europa de Madrid, sede de la empresa eléctrica. Aprovechando el factor sorpresa para eludir la vigilancia, ascienden hasta el piso 18 del rascacielos y extienden pancartas contra la línea de alta tensión y en defensa del valle. La ocupación en los balcones de las oficinas de REDESA se prolongará durante todo el día. Como ya es costumbre, terminarán su acción en la correspondiente comisaría de barrio.
En plena ebullición de la protesta contra la autopista eléctrica comienzan a diseñar una de las acciones más audaces concebidas por el colectivo: llevar la denuncia al monumento símbolo de la capital francesa: a la Torre Eiffel, trasladando la lucha al origen del conflicto.
Después de un primer viaje a Paris a fin de estudiar la planificación de la acción, elaboran meticulosamente una estrategia y fijan fecha para su ejecución. Son tiempos de escasez de medios económicos y materiales. Tan solo sobra ilusión y cualquier elemento se fabrica artesanalmente.
Una pancarta gigantesca, en francés, de cuatro por cuarenta y cinco metros, se cose en tela de saco y se pinta a rodillo en la vieja carretera de la Muela, ya en desuso. El objetivo: desplegar dicha pancarta en la primera planta de la torre, a unos cincuenta metros de altura, ascendiendo por el exterior de la estructura desde el suelo.
Diez activistas se embuten en dos utilitarios para hacer el viaje por carretera hasta Paris. De un tirón. El clima es muy frío en la ciudad del Sena y en la noche anterior a la acción comienza a llover.
El equipo de acción se desplaza a las inmediaciones del monumento. Ensayan en la estructura un amago de ascensión: el agua la ha dejado resbaladiza como la mantequilla del país. Imposible ascender por allí.
Se valora abandonar la acción. «No hemos venido hasta aquí para marcharnos sin más….», responde la «peña». Buscarán desde dentro de la propia torre el cómo llegar hacia su fachada.
Ascienden, cargados de mochilas repletas de pancarta, por las escaleras de público, como un turista más. A cada paso valoran sobre el terreno cómo descolgarse hacia el exterior. Por fin, unos escalones antes de acceder a la segunda planta, a más de 100 metros de altura, escalan la pared protectora y se descuelgan tres de ellos por entre las gigantescas vigas de hierro que forman su entramado. Caminando sobre el vacío por la estructura externa, comienzan a desplegar la mega pancarta, «Pyreneé sans haut tension», sujetándola en numerosos puntos, cara al parque del Trocadero.
En un principio la acción no despierta la menor alarma en la comisaría situada en la base de la torre. Estupefactos, los turistas miran hacia arriba, ¿cómo no? El lema se puede leer desde más de un kilómetro de distancia y al fin alguien avisa a los agentes. Los integrantes del equipo ven desde arriba, con regocijo, como el entorno de la torre se va llenando de vehículos de policía. Agentes especiales ascienden a la segunda planta para desalojar a los ecologistas. Misión imposible. Suspendidos en el vacío, no hay forma humana de poderlos sacar de allí.
A distancia, pactan con los agentes la duración de la acción -¿qué otra cosa pueden hacer los CRS (integrantes de las «Compagnies Républicaines de Sécurité», cuerpo policial similar a los antidisturbios españoles) sino acordar un desalojo voluntario?- y avisan de que serán los mismos ecofontaneros quienes retiren la pancarta, pues no van a permitir que un trabajador municipal arriesgue su vida en el intento. Todos son detenidos tras la acción. El paso por la Jefatura Superior de Policía de Paris se convierte más en una fiesta que en un mal trago. El éxito de la acción los mantiene eufóricos. En su fervor profesional los uniformados casi enchironan también a un autobús entero de estudiantes españoles en viaje de estudios.
Ecofontaneros, hasta su posterior unificación con la coordinadora estatal AEDENAT (Asociación Ecologista de Defensa de la Naturaleza, hoy Ecologistas en Acción), no se distinguió tanto por su bagaje intelectual como por su romanticismo y deseo de justicia y aventura. De sus posteriores barrabasadas son destacables acciones como el desmonte de una torre de alta tensión en zona protegida de Las Bardenas, el asalto a uno de los gigantescos grupos de refrigeración de la supercontaminante central térmica de Andorra, la ocupación de la torre de radiocomunicaciones de la nuclear de Zorita, el sellado de los vertidos de la papelera Montañanesa al río Gállego o la organización del primer descenso reivindicativo del Ebro, desde su nacimiento hasta el mar, en un increíble catamarán suspendido sobre grandes bidones vacíos de petróleo.
Su espíritu de rebeldía y sus recursos imaginativos les permitían dar la vuelta a cualquier contratiempo. Una cuantiosa multa recibida por la paralización de las obras de la urbanización del Moncayo fue costeada gracias a una subasta de arte que aún dejó algunos recursos sobrantes al grupo. El pago de la sanción, en los juzgados de Zaragoza, se realizó en monedas de las antiguas pesetas recogidas durante días y embolsadas en grandes sacos marcados por el signo del dólar ($). ¡Qué mendas est@s ecofontaner@s!
José Luis Martínez, El Negro