LOS QUE PEGAMOS CARTELES Y NO FUIMOS IDEÓLOGOS
A los trece años empieza mi vida laboral sin el certificado de estudios primarios por no poder esperar y ser familia numerosa. Hasta los catorce me dan empleo en un almacén de telas en Las Fuentes, sin seguro ni contrato, allá por el 68; tiempo dicen de cambios sociales, desde luego en mi barrio no. A los catorce años entro de aprendiz de fresador del metal en talleres Diesel, una gran empresa de Zaragoza situada en Miguel Servet, tampoco cotizaron por mí a la Seguridad Social, eso sí, recuerdo que cuando venía Franco a Zaragoza nos daban fiesta laboral con justificante de asistencia para que llenáramos la plaza del Pilar y adoráramos al dictador. A los diecisiete-dieciocho entro en otra empresa del metal que se dedicaba a hacer hormigoneras, en la calle Ventura Rodríguez, con unos ocho trabajadores y aprendo el oficio, más o menos. Empieza para mí la moda de los pelos largos, pantalones acampanados y la música discotequera, mis primeros pelos en la barba, los primeros guateques clandestinos, etc. Ya casi era un hombre, mi ocio se limitaba a jugar al fútbol en el Montecarlo, equipo del barrio La Paz, y a buscarme novietas y tomar vinos en la Cuadra Félix, entre otros.
En 1973 y con diecinueve años, entro a trabajar en Inalsa, empresa que se dedica a la extrusión de perfiles de aluminio, como fresador matricero, con una plantilla de unos doscientos trabajadores, en el Polígono de Cogullada. Resaltar que por esas fechas podías despedirte hoy de una empresa y mañana enganchar en otra y hacerte fijo a los quince días si no estabas fichado por sindicalista, con un salario aceptable para los jóvenes sin cargas familiares. En el trabajo, el echarse unos tragos de vino en el almuerzo se consideraba saludable y nos limpiábamos el culo con papel de periódico; los empresarios y encargados te llamaban tonto o idiota cuando les daba la gana si el trabajo no salía bien. De vez en cuando te daban una cena y te invitaban a ir de putas porque eso era de machos, con la correspondiente cestita de navidad.
Al poco tiempo de entrar en la empresa, es cuando me contaron el cuento de la igualdad, libertad, fraternidad, de un mundo más humano donde todos los trabajadores seríamos libres y desaparecerían las clases sociales, sin ricos ni pobres. Se rumoreaba por la empresa que habían entrado a trabajar dos comunistas: uno, cura obrero, Vicente; y otro, universitario, Joaquín, del MC (Movimiento Comunista, partido de orientación maoísta). Enseguida conectaron con las personas más jóvenes de la empresa y con los antiguos enlaces sindicales del sindicato vertical, analizando en diferentes reuniones la situación de explotación por la que pasábamos los trabajadores y la falta de libertad política. Se planteó la primera asamblea de empresa pero la dirección nos negó los locales para reunirnos; la hicimos en los talleres, paramos al personal y la huelga salió adelante. La reivindicación se basaba en 3000 pesetas (unos 18 euros) de aumento al mes, dos pagas extras, un mes de vacaciones, media hora de descanso en los turnos, etc. Algo de esto se consiguió pero después de ocho días de huelga despidieron a cuatro compañeros, por supuesto a Vicente y a Joaquín. Después de aquello nos invitaron a los más jóvenes a sus reuniones de partido o grupo. Yo, que sólo tenía rebeldía en el cuerpo y que a los curas no los tragaba y los maoístas me sonaban a chino, tomé la determinación de ir a mi bolo, pero esto me duró poco porque en mi barrio había un grupo de vecinos y amigos de toda la vida que se reunían con los curas obreros y pertenecían a la JOC (Juventud Obrera Cristiana) y me captaron como sindicalista. Las reuniones consistían en formarnos como personas y políticamente para derrotar a la derecha capitalista; reuniones de equipo, revisión de vida, salidas al campo, retiros en comunidad, interpretaciones de los textos de la Biblia, análisis de las diferentes opciones políticas y sindicales de la época: la alternativa comunista, socialista, anarquista, etc. Mi vida había cambiado radicalmente, cosa que agradezco a los rojos con rabo y cuernos y a los curas obreros porque supieron abrir mi mente dándole una perspectiva más amplia para analizar los porqués de las cosas, tanto a nivel político como humanitario. Tengo que resaltar las formas de vivir entre ellos en comunidad o comuna donde se compartía todo: dinero, comida, ideas -amores no, porque follar no era prioritario en esas situaciones donde te jugabas la vida o la cárcel- se luchaba, se lloraba, se cantaba y se reía.
De la primera huelga general del metal, en 1975, recuerdo ver hojas por las calles, pintadas en las paredes, pero mi participación fue más bien simbólica porque en esa edad no estaba maduro ni entendía muchas cosas, lo mismo que con la muerte del dictador, que pasó desapercibida para mí. En 1976 ya fue otra cosa, fuimos convocados a una asamblea del metal en la iglesia de San Carlos, después me han explicado que era para formar las primeras Comisiones Obreras, vino la policía e hizo selección: de trescientos que estábamos, unos cincuenta pasamos al furgón o lechera y nos llevaron al paseo María Agustín. La consigna que me pasaron era que estábamos allí para escuchar un concierto de música clásica. Unas horas de interrogatorio y a casa. La asamblea se pospuso para más adelante en los pinares de Venecia donde se formalizaron las primeras Comisiones Obreras. A ésta yo no llegué, tendría otras cosas que hacer o no me llegó la convocatoria. Cuando me mandaron a la mili y sentí en mis propias carnes el maltrato psicológico y físico que nos hacían a algunos de mis compañeros y a mí, entendí rápidamente el sentimiento antimilitarista, entrando en la UDS (Unión Democrática de Soldados), a la vez de mantener reuniones clandestinas de Comisiones Obreras Autónomas, antes de ser CCOO, en Valladolid, donde se podía pertenecer a cualquier grupo de izquierdas. Las reuniones de la UDS las hacíamos en el cuartel y se tiraban octavillas y otras cosas dentro de los barracones. Entre guardia y guardia leíamos a Marx, Engels, Marta Haneker, Bakunin, revistas como el Ajoblanco, el Hermano Lobo y empezaban a correr las drogas: porros y otras más fuertes. Por parte de los mandos se nos alertaba de la posibilidad de que los obreros de enfrente del cuartel nos asaltaran. Justo delante teníamos los talleres de Fasa Renault y algunos de nosotros pensábamos dónde irían dirigidas las posibles balas si eso pasaba, nunca contra los trabajadores. También nos registraban las taquillas en busca de rojos con rabo y nos requisaban los libros, después el interrogatorio (¿para qué lee usted estas cosas?). Terminado este periodo me dijeron que el valor se le supone (cartilla militar).
La legalización de los partidos políticos en 1977 tampoco me dice gran cosa, para las personas organizadas en ellos quizás sí, pero para la inmensa mayoría de los trabajadores fue más mediático que real, más nos conmovieron los asesinatos de Atocha por los grupos fascistas.
En 1977, con veintidós años, un grupo de jóvenes del barrio dejamos la JOC y pasamos a la CNT (Confederación Nacional del Trabajo). Unos entramos al Sindicato del Metal, otros al de Madera, etc. Se alquiló un local en la calle San Antonio, barrio de las Delicias, y para equiparlo se expropiaron algunos enseres: cables, bombillas, pintura… Aquello fue un hervidero de gente, decían que estábamos unos novecientos afiliados y con una incidencia de tres mil afines en Aragón. Si miramos los datos, tres mil personas no son muchas, pero si son en su mayoría jóvenes y con ganas de cambiar las cosas, son muchísimas. El sindicato, en aquella época, no sólo servía para los trabajadores pues se formaron muchísimos grupos, adelantándose a la época: antiimperialistas, ecologistas, objetores, feministas, antipsiquiatría, comunas, cooperativas agrarias, ateneos…
Partidos políticos y organizaciones salva obreros de izquierdas salieron por todas partes: PCE, PTE (Partido del Trabajo de España), MC, FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), PORE (Partido Obrero Revolucionario), PCML (Partido Comunista Marxista-Leninista), AC (Acción Comunista), LIBERACIÓN, APAO, HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), PSOE, PSA (Partido Socialista de Aragón), ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores), y más. También sindicatos, CCOO, CSUT (Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores), CNT, USO (Unión Sindical Obrera), UGT, y más. La diferencia, a mi entender, entre las distintas organizaciones era que unas utilizaban a los trabajadores para sus fines y otras les enseñaban a ser libres. Podéis preguntar a personas que han estado organizadas y luego desencantadas de sus grupos cómo los utilizaban por el bien del aparato o del líder que luego trepó y trepó hasta ser concejal, alcalde o alto funcionario. También dentro de estas organizaciones había personas honradas y lo siguen siendo, independientemente de la idea que representaran dentro de la izquierda, por su dinámica y comportamiento. Por estas fechas yo me apunté (que nadie me mandó) al aparato de propaganda del sindicato. Nuestra labor era hacer funcionar una multicopista en el local de los abogados que tenían recién acabada la carrera y sabían poco o nada del sindicalismo práctico. Después de trabajar nos liábamos a imprimir boletines, revistas, octavillas, etc. También por estas fechas se montaron los primeros Ateneos Libertarios junto con casas de juventud, estas últimas más controladas por los partidos. La experiencia fue la hostia, charlas, teatro, acciones, bailes, música, toda la información necesaria para que un trabajador joven pudiera ser un poco libre. Los líderes naturales que teníamos en el sindicato, siempre elegidos en asamblea y voluntarios, eran trabajadores, pero lo que más me impresionaba eran los personajes de la FAI (Federación Anarquista Ibérica): sus pañuelos, banderas y comportamiento, porque pensaba que ellos recibían los análisis políticos del más allá. Alucinaba con ellos y pensaba que su organización haría ver a la CNT el camino a seguir contra toda injusticia. Más tarde, una vez tratados, la desilusión me embargó, pues solo encontré en ellos fachada y ganas de ser superiores sin mojarse ni un pelo en sus empresas, mucho contacto con el exilio y nada más. Meses más tarde me casé con una compañera por el juzgado, que en aquellos años ya era romper esquemas, puesto que la iglesia y la familia te puteaban todo lo posible para que formáramos la familia tradicional, como la que plantea ahora el PP. Hicimos un ágape en el Ateneo para la familia y los compañeros y compañeras nos fuimos de comida a un bar donde comía la gente del lumpen de Zaragoza. Pero la familia que formamos pronto se nos quedó pequeña y decidimos vivir con más gente. Dicho y hecho. Nos juntamos cuatro parejas y un niño, pusimos todo en común y al campo, cerca de Zaragoza, en una torre en La Cartuja, con vehículos para desplazarnos al trabajo. Cultivamos nuestro huerto y, como diría años después Sabina, duró lo que duró: una de las parejas se retiró y el resto nos fuimos de alquiler al casco viejo, todo esto a la vez que tirábamos octavillas, pegábamos carteles y hacíamos la revolución.
En el setenta y siete con la firma del Pacto de La Moncloa por el señor Carrillo y otros, y con una fuerte oposición del resto de la izquierda, empezó a despejarse el mapa sindical y se dividió en dos grandes bloques: Comisiones y UGT, que esta última prácticamente no existía, y el resto de sindicatos. Decir que USO tampoco se comía nada. Al otro lado estaba CSUT, CNT y otros grupos, minoritarios pero muy activos. Se empezó el enfrentamiento, primero en las asambleas de trabajadores del metal por ser el más representativo, más tarde en las de delegados de empresa. El Partido Comunista y CCOO sector oficial (no la izquierda sindical o sector crítico) jugaron el papel de policías abortando siempre las aspiraciones de los trabajadores. Recuerdo cómo en la huelga del transporte de Zaragoza ellos acompañaban a los esquiroles en los autobuses, junto con la policía. Con estas actitudes y lo pactado pronto desmontaron la CSUT, ligada al Partido del Trabajo (PT); a la CNT al año siguiente le metieron mano con el caso Scala , y, junto con los medios de comunicación, le dieron un fuerte palo a nuestro sindicato. Una vez dividido el movimiento sindical, las huelgas generales pasaron a ser políticas: las sectoriales negociables y las de empresa por empresa no tenían como fin autogestionar la empresa sino negociar mejoras laborales. Lógicamente CCOO y UGT también defendían a los trabajadores pero con una pequeña diferencia: el interlocutor ya no era el trabajador afectado sino el compañero ejecutivo sindical. Mientras UGT hacía afiliación en los sectores de trabajadores más reformistas y, con el apoyo de PSOE y su historia de la guerra y la república, rápidamente sumaba adictos.
Bueno, como lo nuestro no era todo sindicato, seguíamos viviendo en nuestra pequeña comuna con nuestros problemas caseros y nuestras salidas a la montaña (Pirineos), nuestras músicas y canciones de la época y tomándonos nuestros vermús y fiestillas nocturnas. En el 79 más de lo mismo: pegar carteles, hacer pintadas, repartir propaganda, recoger dinero para las cajas de resistencia de la huelga de la empresa de turno y lo peor que pudo pasar, la escisión o ruptura de CNT en el congreso de la Casa de Campo, en Madrid. Anteriormente al congreso, entraron al sindicato grupos organizados de sectores consejistas que, si bien eran asamblearios, también tenían formación marxista y se plantearon dos formas de adaptar el sindicato a la época: una, que planteaba seguir con la herencia dejada por los anarcosindicalistas en la guerra civil, con su ponencia de principios, tácticas y finalidades, y otra, el otro sector, con la misma ponencia que planteaba adaptar el sindicato a los nuevos tiempos, participando en las elecciones sindicales y en los comités de empresa y hacer una organización global porque muchos compañeros y compañeras no tenían una realidad sindical por estar en empresas pequeñas, ser estudiantes o pertenecer a profesiones autónomas o liberales. El acuerdo no se dio y se formaron dos grandes bloques; los dos, como siempre, tenían la mayoría del congreso y se salió sin nada. Unos formaron su comité nacional y los otros, al año siguiente en Valencia, formaron el suyo. Esto supuso tener dos CNT en casi todas las ciudades de la península y muchas compañeras y compañeros no quisieron posicionarse y dejaron el sindicato. Yo, desde las primeras elecciones sindicales en el setenta y siete, pertenecía al Comité de Empresa de Inalsa y pensaba que si se trabajara en los comités desarrollando una labor honrada, podían ser útiles para los trabajadores y pasamos a ser CNT-A en Zaragoza, alquilando un local en la calle Juana de Ibarbourou (Miguel Servet).
Resaltar que en las fiestas del Pilar anteriores (1978), los y las jóvenes de los barrios nos manifestamos en la Lonja de la plaza del Pilar para exigir fiestas populares pues la derechona caciquil se lo comía todo. Terminó con carga policial pero les jodimos el invite que se celebraba. Luego entró Sáinz de Varanda como alcalde. En 1980 mi compañera tiene una hija y con veinticinco años ya soy papá, más faena después de trabajar, pegar carteles, reuniones del sindicato, comprar pañales, dar biberones y cuidar a la criatura, pero contento. Las primeras Acampadas Libertarias me dejaron un grato sabor de boca. Cuando sólo éramos un sindicato, las montábamos en diferentes partes del Pirineo, sin pedir permisos ni quemar los montes. El ambiente era ideal: se compartía todo, nos bañábamos desnudos, jugábamos, excursiones de alta montaña, debates de interés y marcha por las noches alrededor de la hoguera.
En 1981, con veintiséis años, todo transcurría dentro de la normalidad, pegar carteles, reuniones de todo tipo… pero en febrero, estando reunidos el comité de empresa en el bar de las sardinas del callejón de la plaza de la Seo, el jefe del bar, que estaba escuchando la radio, nos dice que se estaba dando un golpe de estado por los militares. Salimos corriendo, primero al sindicato para retirar los archivos, seguidamente a casa para limpiarlo de escritos y libros comprometidos y de allí al bar de la D’aborina, en la zona del Puente de los Gitanos, hacemos asamblea y unas doscientas personas nos manifestamos en la zona del Parque Pignatelli donde realizamos una nueva asamblea y decidimos juntarnos por grupos de afinidad. En el ambiente no se respiraba miedo, sólo preocupación por lo que podía pasar. En mi grupo estábamos seis personas y nos fuimos a un piso desocupado no marcado por la policía, en Las Fuentes, dormimos poco y la cita de seguridad fue a las seis de la mañana en el Mercado Central, porque a esas horas ya estaban descargando los trabajadores y podíamos pasar desapercibidos. Si el golpe prosperaba no acudiríamos al trabajo y confiscaríamos material de defensa y si no prosperaba, al trabajo junto con los compañeros y compañeras, para movilizarnos. Decir que nos cogió fuera de juego. Por suerte no pasó nada de derramamiento de sangre porque, de haber prosperado el golpe, estábamos dispuestos a todo, porque una cosa es ser no violento y otra gilipollas. Los fascistas sacaron su tajada política pero nuestras organizaciones quedaron intactas. En los días siguientes se comentaba en corrillos los “valientes” políticos de izquierda que pasaron la frontera a toda prisa.
En el 82 dejo de pertenecer al comité de empresa al no presentarme a las elecciones sindicales porque mi valoración era que otros trabajadores tenían que coger las riendas del sindicalismo para no fomentar el liderazgo en la empresa y hacerme un profesional del sindicalismo. Esto no es comprendido por los compañeros de CCOO y UGT y la empresa empieza a fraguar un expediente de crisis. Los sindicatos mayoritarios estaban firmando la reconversión industrial, donde miles de trabajadores pasarían al paro y cientos de empresas de Zaragoza cierran sus puertas, sobre todo en los sectores del metal y la madera. En los sindicatos empiezan a sonar palabras como estrategia sindical a corto, medio y largo plazo, cualitativo o cuantitativo, productividad, parados, etc. Palabras que nunca debieron emplearse cambiándolas por huelga, sabotaje o solidaridad en el movimiento obrero. Esto empezaba a significar negociación de expedientes con los empresarios y dinero para los sindicatos mayoritarios, fruto de sus negociaciones. Estaba cantado que aquello de la supresión de clases sociales se posponía para siempre, que el paro aumentaba y que los trabajadores más preparados y amigos de los influyentes preparaban su desembarco en las instituciones, con la entrada del PSOE en el gobierno. Esto supuso en la práctica que aumentara la afiliación en los sindicatos mayoritarios y se bajara el listón reivindicativo, el término todos los hombres somos iguales desaparece, lo de lucha de clases ya apenas se menciona porque el sector socialdemócrata y marxista moderado del PCE empieza a ser otra clase diferente, sin darse cuenta de que ellos mismos pasan a ser gestores burócratas del sistema contra el que habían luchado, eso sí, siempre por el bien de los trabajadores que estaban vendiendo.
Con CNT dividida, la posibilidad de respuesta a los empresarios y sindicatos mayoritarios era nula, salvo en casos aislados, y el sindicato seguía enfrascado en luchar por quién se repartía el patrimonio sindical de la guerra civil. También dejo de vivir en comunidad y mi compañera y yo nos marchamos a otra casa de alquiler solos, por desavenencias con las otras parejas. En el 83 el expediente de crisis de la empresa sigue prosperando y pasamos días y meses en el comedor de la empresa sin actividad laboral; la dirección está montando pequeñas empresas con nombres diferentes con el fin de subcontratar labores que desarrollábamos allí y despojarse de los compañeros más combativos. Empezaban las nuevas formas de contratación y de justificar pérdidas empresariales donde no las había. De esto eran conscientes los sindicatos mayoritarios pero no les interesaba la confrontación porque necesitaban ser interlocutores moderados. Por un lado tragaban y por otro jaleaban las asambleas de parados y decían lo malos que eran los patronos. En CNT-A se debatía la posibilidad de ser algo más que un sindicato y pasar a ser una organización global, dando cabida a diferentes colectivos especializados, feministas, ecologistas, antimilitaristas, objetores, etc., dentro del sindicato, puesto que las aspiraciones de aquellos compañeros y compañeras que no eran delegados sindicales pasaban por otros campos de la lucha social. De hecho se trabajaba en estas áreas pero no se reconocía su labor.
En los años siguientes (del ochenta y dos, al ochenta y cinco) los sindicatos mayoritarios seguían afianzando sus posiciones de interlocución y la preocupación de CNT, tanto una como otra, si bien participaba en luchas aisladas y movimientos sociales, era recomponer sus estructuras internas, pasando una de ellas a ser CGT (Confederación General del Trabajo). Barrido del mapa político el Partido del Trabajo, se toman contactos con su sindicato CSUT para abrir un proceso de fusión y estos últimos pasaran a formar parte de CGT (CNT-A). La respuesta fue positiva, si bien los militantes y afiliados/as que aportaba no era un número significativo para aumentar la presencia sindical en los empresas, también es el eslabón necesario para formar posteriormente la Intersindical de Aragón junto al CATA (Colectivo Alternativo de Trabajadores), CUT (Colectivo Unitario de Trabajadores) y Solidaridad Obrera. En el ochenta y seis son los últimos coletazos de la Asamblea de Parados de la cual yo formaba parte, puesto que el pescado sindical ya estaba vendido. El pueblo de Ruesta* y una ponencia sobre la posibilidad de que personas relevantes y militantes procedentes de organizaciones marxistas pudieran tener cargos dentro del sindicato son las que nos llevan a algunos militantes a abandonar la CNT-A (CGT). Despedido de la empresa, cosa de la que me alegro porque si no aún estaría trabajando para algún mamón empresario, enriqueciéndose de mi fuerza de trabajo, separado de la compañera y sin la madre ideológica, lo normal sería que los esquemas se te vengan abajo, pero no es mi caso. Nueva compañera, nuevo trabajo autogestionado y a seguir luchando por la igualdad a todos los niveles de la vida, contento de la experiencia vivida y por vivir.
Soy consciente de que este artículo no aportará nada a los estudiosos del sindicalismo, pero para eso ya están las hemerotecas.
Destacar y puntualizar:
Que durante estos años se luchó y mucho por mejorar nuestra vida y la del entorno en todos los frentes: sindical, político, ecológico, feminista, etc. y agradecer a todos y todas las personas que han dado parte de sus vidas, cuando no toda, por tener un mundo más justo y animarles a seguir peleando.
A los que decían luchar por la eliminación de las clases sociales: partidos políticos y sindicatos mayoritarios, decirles que sólo han conseguido crear otra clase social más: la de los burócratas e interlocutores sociales. Estos ya han perdido su dignidad. Nosotros/as resistimos.
Que con la reconversión industrial, en vez de crear cooperativas de trabajadores y trabajadoras y esforzarse por crear una economía alternativa, los dirigentes obreros y sociales se han hecho altos funcionarios, liberados, empresarios o políticos.
Que si bien la clase media se ha extendido muchísimo, puesto que antes no existía prácticamente, la diferencia entre ricos y pobres es cada vez mayor, y que es mejor vivir luchando que vivir de rodillas.
El Peque