LA NUEVA CULTURA DEL AGUA EN LA IZQUIERDA ZARAGOZANA
Aunque en los últimos años el debate y las movilizaciones en torno al Plan Hidrológico Nacional han cobrado especial protagonismo, hay que recordar que el movimiento por una nueva cultura del agua llevaba ya un largo recorrido tras de sí cuando esta reivindicación comenzó. El movimiento ecologista en su conjunto, junto con colectivos de afectados agrupados en torno a la Coordinadora de Afectados por Grandes Embalses y Trasvases – COAGRET – llevaban años de andadura reclamando una nueva política en la gestión del agua. Herederos de la histórica COAPE (Coordinadora de Afectados por Embalses), los nuevos colectivos que se organizaron para luchar por su territorio como la Asociación Río Aragón contra el recrecimiento de Yesa, la Coordinadora Biscarrués – Mallos de Riglos, la Asociación Cultural en Defensa del Ésera, los afectados por Jánovas, o la Plataforma en Defensa del Matarraña, entre otros, encontraron, en la década de los 90, el apoyo incondicional de gentes del movimiento ecologista que, desde Zaragoza, contribuyeron a que la movilización contra los grandes embalses pudiera trascender de los territorios estrictamente afectados y enmarcar su discurso en uno más amplio que señalaba al modelo de desarrollo como responsable de buena parte de las tropelías que la política hidráulica había causado.
Al calor de proyectos de embalses – algunos ya construidos, otros definitivamente desechados y otros en una agónica incertidumbre – han ido surgiendo, a lo largo de todo el territorio, colectivos de afectados por la construcción de estas infraestructuras. Esta incipiente red de colectivos decidirá, en la primavera de 1995, constituirse en la Coordinadora de Afectados por Grandes Embalses y Trasvases, vertebrando así los primeros estadios del movimiento por la Nueva Cultura del Agua. Se intentaba poner de manifiesto que en pleno siglo XX y en un sistema democrático, era inconcebible pensar que unos territorios debían estar al servicio de otros, echando de su casa y despojando de su historia y su identidad a pueblos enteros en aras de un nunca justificado interés general. Así se manifestaba ya en el año 1997:
«Los ríos han sido referentes de identidad de muchos pueblos y comarcas, que siempre los vieron pasar; son parte de su historia y de su patrimonio. Pocas razones pueden argumentarse en nuestra realidad para seguir justificando la destrucción, de un plumazo, de dos mil años de historia humana, como tienen muchos valles amenazados ahora de desaparición.[1]»
Escondidos en una minúscula oficina de la Calle Santa Cruz, sin ventanas, gracias al alquiler barato de un incondicional de mil batallas, se agolpaban bicis, cubos de fregona con los que se escenificaban trasvases ficticios ante la estatua de Franco del entonces Ministerio de Medio Ambiente y pegatinas con nombres que las miradas ajenas no sabían si identificar con pueblos, ríos o embalses. Los militantes aprovechaban los ayunos para quitarse esos kilitos de más mientras Pedro Arrojo, Perico, acampaba frente a la Confederación Hidrográfica del Ebro pidiendo algo tan revolucionario como información.
Se estaba empezando a generar así ese discurso en permanente construcción que es la Nueva Cultura del Agua: reconocer todas las heterogéneas funciones del agua y de los ríos, ponerlas en valor y reivindicar el derecho al territorio y la identidad, eran las claves que forjaban y siguen dando consistencia a este nuevo paradigma que llamamos Nueva Cultura del Agua. De ahí que buena parte de la movilización transcurriera entre navatas, pozas y chapuzones en ríos cuya integridad e identidad se quería preservar.
Y en ese giro demandado de la política hidrológica, aparecía con fuerza una idea: la de un nuevo actor en la gestión del agua, tradicionalmente olvidado y ninguneado en nuestro país: la ciudadanía.
«Nuestros ríos marcan el carácter y la identidad de nuestras ciudades y comarcas. Ríos, torrentes, cascadas, ibones y lagunas son verdaderamente alma y magia de multitud de paisajes y rincones. El agua es por otro lado elemento esencial de nuestra dieta alimenticia y por ello nuestra salud depende en gran medida de su calidad. Hoy los llamados «usuarios» del agua no son sólo regantes e hidroeléctricos sino todos los ciudadanos.[2]»
Esta consideración de que afectados somos tod@s, no contradecía, sin embargo, la atención especial prestada a los directamente afectados por las políticas implementadas:
«En realidad la minoría que todos somos en alguna ocasión, no debería estar frente a nada, si no recordar a la mayoría de cada momento, el derecho al desarrollo de cada cual sin que esto implique la posibilidad de machacar al vecino.[3]»
El discurso no se quedaba en el análisis de los perjuicios para los colectivos afectados, el objetivo era ya entonces un replanteamiento de un modelo de desarrollo ajeno a la evolución de los tiempos:
«Es hora de desmitificar los demagógicos planes de expansión del regadío vigentes en la propaganda política, para abrir paso a un enfoque moderno que permita reconocer los problemas reales del medio rural actual y arbitrar soluciones operativas. Hoy la mayor parte de los riegos con aguas superficiales tienen una eficiencia que tan apenas si llega al 40%, y su rentabilidad económica se salva coyunturalmente en gran medida gracias a las subvenciones europeas de la PAC (Política Agraria Comunitaria). Por ello el reto esencial en materia de regadíos se debe centrar en la modernización, tanto de nuestros sistemas de riego como del tipo de productos y del nivel organizativo y actitudes empresariales vigentes en gran parte del sector.[4]»
Se daba así un paso fundamental en el discurso ecologista y en el cuestionamiento del modelo de desarrollo depredador de recursos que agoniza a nuestro alrededor. Las gentes rebeldes de Zaragoza acogimos con una mezcla de interés y curiosidad este fenómeno, integrando en nuestro día a día las inquietudes y peleas de colectivos que estaban lejos, pero que denunciaban un problema que iba más allá de sus territorios.
En pocos años, se pasó de desconocer una realidad tan cercana como extraña a convertirla en protagonista de numerosas movilizaciones. Los temas del agua adquirieron protagonismo gracias, entre otras cosas, a los kilómetros de la «caravana de conferenciantes» en la que Pedro Arrojo, Perico; Javier Martínez Gil, Hidrogil; y Jose Javier Gracia, JJ, se recorrieron buena parte del territorio proporcionando, desde la técnica, las razones que los montañeses llevaban años viviendo y sintiendo. En Zaragoza, mientras tanto, las acampadas acompañaban a los ayunos – ya famosos en el movimiento por la nueva cultura del agua – con los que cada año nos quitábamos los excesos del verano. Turnos de permanencia en el campamento, visitas esporádicas de la policía, ruedas de prensa diarias junto a las tiendas de campaña de la plaza de Aragón, y fotos de los acampados alrededor del puchero en el que se hacía el caldo vegetal comunitario, único alimento que ingeríamos, bajo la supervisión médica de Pablo Saz, que todas las tardes acudía a la Federación de Barrios a realizar los análisis de orina que testificaban que no habíamos probado bocado.
La lucha por la Nueva Cultura del Agua, junto con las reflexiones que emanaron en aquellos años del movimiento vecinal – cómplice en muchos casos de los afectados por la construcción de embalses y trasvases – fueron las bases de lo que hoy son discursos más elaborados y cuestionamientos más profundos de un modelo de desarrollo insostenible.
El apoyo que desde la Zaragoza rebelde se pudo dar a esos colectivos contribuyó, sin duda alguna, no sólo a su empoderamiento y apoyo moral, sino también a poner en la agenda política y mediática un asunto que tenía una historia tras de sí, muchas veces, tan poderosa como silenciada.
Para aquellos y aquellas que veníamos trabajando en temas ambientales y territoriales, supuso abrir la mirada desde la ciudad hacia el territorio, reconciliando las luchas urbanas con las del conjunto de Aragón. Una nueva identidad se abrió hueco en los zaragozanos y zaragozanas rebeldes: la de la defensa del territorio por encima de la globalización homogeneizadora y la servidumbre territorial.
Cristina Monje Lasierra
[1] COAGRET, Manifiesto por una Nueva Cultura del Agua. Ayerbe (Huesca), 22 – 23 de marzo de 1997, en la celebración del Día Mundial del Agua.
[2] COAGRET, Manifiesto por una Nueva Política de Aguas (Día Mundial del Agua, Madrid, 19 y 20 de marzo de 1999).
[3] COAGRET, Manifiesto por la Dignidad de la montaña, mayo de 1999.
[4] COAGRET, Manifiesto por una Nueva Política de Aguas (Día mundial del Agua, Madrid, 19 y 20 de marzo de 1999).