ESPACIOS Y ACTITUDES: JÓVENES EN BUSCA DE LA LIBERTAD. 1968-1975
Zaragoza, 1975. Esta fecha nos posiciona en la muerte del dictador. Un mes antes de este hecho histórico yo había terminado el servicio militar obligatorio, estaba a punto de concluir cuatro años de intenso trabajo con el grupo Forma y era invitado a participar en exposiciones importantes; también había disfrutado de una beca de estudios que el gobierno italiano me había concedido dos años antes en la Universidad de Bolonia, en la sede de verano que tiene en Rímini, hermosa ciudad bañada por el mar Adriático. Había viajado por distintos territorios, conocido ciudades tan emblemáticas como París, y sólo tenía veinte años. Aún era menor de edad.
A continuación, propongo al lector cuatro relatos cortos o «escenas de costumbres» y un epílogo sobre como transcurrieron aquellos intensos 20 años nuestros en la puritana y triste ciudad de Zaragoza, en la década de los 70 del siglo XX. Son relatos que se centran en el tardo-franquismo y surgen como homenaje a aquel relevo generacional que aspiraba simplemente a vivir en libertad, a todos aquellos jóvenes inquietos que lo pasamos realmente mal durante el tiempo que nos tocó vivir en medio de un marco represivo, sometido a muchas carencias. Lo importante es que supimos vivir el momento con la intensidad y coherencia que merecía, siendo fronterizos con todo aquello que se nos prohibía, precisamente por eso mismo; nuestra generación fue valiente en la lucha por las libertades, abriendo el camino a lo que era irremediable: el advenimiento de la soñada democracia.
Los Cheyennes.
En una parcela de la calle Nuestra Señora de Begoña, situada en el barrio de Delicias, concurrían unos cincuenta jóvenes entre chicos y chicas, de edades comprendidas entre quince y veinte años, con el fin de organizar guateques. Pagaban una entrada de treinta pesetas (0,18 euros) que les daba derecho a escuchar música muy avanzada para el momento y bailar, al ritmo de los altavoces de un tocadiscos portátil «Dual» -conviene recordar que la base aérea americana de Zaragoza era el único sitio en la ciudad de donde se podían sacar o conseguir discos con la música más moderna-. Esta veterana parcela, como otras de la época, conserva en mi recuerdo un interiorismo más bien precario, cutre, poco atractivo, con luz tenue que pasaba del rojo pasión a la oscuridad con destellos de espejos, mobiliario de diversas procedencias y estilos, que estaría entre el «remordimiento» y el «baturroco». En ese ambiente, donde los chicos eran trabajadores de distintos gremios y las chicas de clase acomodada de la ciudad, se realizaron estos guateques que solían terminar en orgías de alcohol, sexo y drogas.
Nos situamos en el mítico año de 1968, que sigue dando mucho que hablar. En la retina, la tremenda represión de la URSS en la primavera de Praga y la consiguiente ocupación del país con doscientos mil soldados y cinco mil tanques; las revueltas estudiantiles del mayo parisino en el Barrio Latino, con barricadas y batallas urbanas contra las cargas de la policía; la huelga general seguida por diez millones de trabajadores franceses… La Zaragoza vigilada de finales del sesenta y ocho, provinciana, casposa, gris, meapilas, militarizada, llena de curas y monjas, se despertó con una fuerte conmoción ante semejante noticia, la de los Cheyenes, publicada en el Heraldo de Aragón, que para mí fue una las más importantes y «modernas» del año. Hubo quien pensó que la ciudad se estaba convirtiendo en una de aquellas urbes del antiguo testamento que acababan sepultadas por la ira de Dios: los grises detuvieron a cerca de cuarenta jóvenes, la mitad de los cuales eran chicas, cuyas identidades fueron ocultadas por pertenecer a familias conocidas de la ciudad, y el resto, un conjunto de chicos anónimos de los que, como eran obreros, no se dudó en publicar sus fotos y sus nombres, para escarnio público. Cuando leí esta noticia con trece años, me impactó y siempre la he recordado con agrado, incluso he conocido posteriormente a dos de aquellos jóvenes protagonistas de los hechos, Jesús y Alfonso, que siguen siendo progresistas y avanzados.
Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Zaragoza.
Coincidí en este antiguo edificio, que había sido pabellón durante la exposición Hispano Francesa de 1908, construido para acoger la Escuela de Artes, con los que iban a ser mis compañeros de viaje y miembros del grupo Forma, los pintores Manuel Marteles, Fernando Cortés y Paco Simón. También con otros artistas que estuvieron cercanos a nosotros y que fueron cómplices de nuestras acciones, manifiestos, happenings y propuestas plásticas… me refiero al pintor José María Blasco Valtueña y al escultor vasco Iñaki Moreno Ruiz de Eguino.
Esta escuela contaba con un profesorado perezoso, fiel a un sistema de enseñanza absolutamente decimonónico, con registros muy cercanos a Falange, Sección Femenina y Acción Católica; alguno de los maestros -los más vagos eran los de mayor rango- se dedicaban a pasear por las clases, baboseando con las alumnas y dejando la responsabilidad de la formación a unos jóvenes penenes en busca de un puesto de trabajo fijo; éstos daban las clases con gran dedicación, aplicando sin piedad la doctrina que les imponían. ¡Cuanta hipocresía! En clase, estos jóvenes profesores, mano dura; en la calle, colegas del grupo Forma, exponiendo con nosotros en las más importantes muestras de la época. No les guardo rencor. Los maestros mayores, hijos del régimen, utilizaban la escuela y sus instalaciones a su antojo, disponían gratis total de talleres de trabajo dentro del edificio, en el centro de la ciudad y con plaza de aparcamiento incluida. Asimismo, había un pequeño grupo de maestros con ganas de trasmitir sus conocimientos. A éstos sí que les teníamos respeto.
Una de las muchas acciones-protesta que realizamos los del grupo Forma, de gran belleza ecológica y conceptual, la preparamos en la amplia aula de modelado. En la primavera de 1973, una gran pila de hormigón a modo de bañera alojaba unos mil kilos de arcilla, que se empleaban para realizar los ejercicios de modelado, según el curso; tres ciclos coincidían allí a diferentes horas y todos los alumnos de la escuela la utilizábamos. La acción conceptual se planteó como protesta al sistema educativo cursi, anticuado, que reprimía nuestras iniciativas creativas; la operación fue meditada, siendo muy conscientes de lo que iba a suceder y de las consecuencias que para nosotros podía acarrear. Una tarde, al finalizar la última clase de modelado, vertimos el contenido de una caja de alpiste para pájaros en la pila de arcilla y ¡a esperar unos días a que las semillas germinasen! El aula terminó por convertirse en un vergel: de los cerca de cien ejercicios comenzados por los alumnos (hojas, adornos, orejas, manos, pies, caras, cabezas, torsos, estatuas… que cada estudiante modelaba, teniendo como referente un modelo en escayola para copiarlo) brotaba sin parar por todas partes el mijo germinado. ¡Fue un espectáculo maravilloso ver toda esa surrealista carnicería de fragmentos humanos de barro llena de brotes verdes! La clase se convirtió, por unos días, en un jardín conceptual de los Forma.
Rubim Antonio de Jesús.
Siempre recuerdo a mi amigo portugués Rubim que salió huyendo de su país natal, donde lo habían reclamado para ir a la guerra colonial de Angola. Vicente Pascual Rodrigo, lo acababa de conocer; el único hippy que pudo encontrar Rubim por las calles de Zaragoza en la primavera del setenta y tres fue precisamente Vicente que era menudo, con melena, chupa de cuero negro, collares y pulseras… perfecta estética de tribu urbana que Rubim reconoció de inmediato como única posibilidad de ser comprendido y ayudado en una ciudad extraña. Hablaba sólo portugués. Con un collar de cuero del que colgaba el inconfundible símbolo dentro de un círculo de hierro, repetía el famoso slogan de «faz o amor e não a guerra». En estancias que duraban desde unos días hasta algunos años, sus «veranos» los pasaba en las islas Pitiusas. Vicente me lo traspasó sutilmente, pidiéndome que los Forma lo acogiéramos en el estudio durante unos días; nuestro estudio era bastante grande y él no puso reparos al reconocer mi estética: fue, como en el juego de la oca, de hippy a hippy… Rubim se convirtió en otro miembro más del grupo; se movía con nosotros por todos los sitios, compartíamos con él el gusto por la música y el estado alterado de consciencia.
Finalmente, llegamos a tener problemas con la policía, que nos vigiló durante algún tiempo sin nosotros enterarnos de nada; al parecer, estaba bastante mosqueada con nuestro estudio de la calle Santa Cruz, pues era un continuo entrar y salir de extranjeros. La razón, un anuncio publicado en la sección gratuita de información de interés de la prestigiosa revista Ajo Blanco, donde aparecía como «comuna internacional». Nunca supimos quién tuvo aquella genial idea. En las fichas de la policía los miembros del grupo estábamos etiquetados como «gente extraña, de índole hippy que no se les conoce ideología política, que viven en una especie de comuna internacional». ¡Genial! Menos mal que ya no conservábamos la ciclostil o «vietnamita» para imprimir octavillas clandestinas que habíamos guardado un tiempo a otros amigos. Si no, seguro que hubiéramos acabado todos en el trullo.
Ortopedia La Francesa.
Regentada por un valenciano llamado Juan Furío, situada en el centro histórico de la ciudad, en la calle 4 de agosto, número 19, este pequeño establecimiento era uno de los pocos sitios de Zaragoza donde se podía ir a comprar preservativos o profilácticos con total libertad. La moral de la época no permitía que se vendieran con normalidad en ortopedias o farmacias. El régimen franquista fomentaba la familia numerosa con un montón de hijos, y arengaba a los matrimonios por medio de sus aparatos de propaganda con múltiples reportajes y documentales en el cinematográfico Nodo, por todo el país. Aún recuerdo su pequeño escaparate en la calle, con algunas muestras de productos expuestos en plan despiste -polvo incluido- guantes, tijeras, vendas, esparadrapo… Pero el propietario sólo vendía en su ortopedia condones. Hombre de cara afilada, con bata azul y poco hablador, por ser bastante sordo, se establecía con él una comunicación más por señas que estrictamente verbal, las manos hablan y él las sabía interpretar a la perfección: mirabas en el pequeño mostrador las muestras y el precio, movías las manos y, de una manera casi ritual, cogía el papel que tenia cortado para envolver el producto comprado, lo recogía todo con una goma elástica, pagabas religiosamente y… a seguir ruta. Los envoltorios, de diferentes medidas, estaban apilados en resmas de pequeñas hojas cortadas, aprovechadas de periódicos atrasados. Un ejemplo de conciencia ecológica.
A pocos metros de la ortopedia la Francesa se encontraba el maravilloso café cantante El Plata, que era frecuentado por una gran diversidad de personalidades, un extraño conglomerado de jubilados, soldados, seminaristas, putas, chulos, carteristas, bujarrones, chachas, taurinos, futboleros, enfermeras, universitarios, agricultores, ganaderos, viajantes, artistas y también gente de orden… en definitiva, una maravilla de convivencia, un templo por todos respetado. Muchos de los que allí acudían, conocían perfectamente la ortopedia la Francesa y fueron sus mejores clientes, al poder suministrarse con facilidad allí de tan apreciado producto como era entonces un simple condón y publicitarlo de boca a oreja. El método fomentado en la época por el régimen, y bendecido por el papa romano, era el de Ogino-Knaus, también llamado de temperatura basal, que no funcionaba casi nunca y era seguido con verdadera disciplina, entre otros, por los devotos lectores del libro Camino.
Epilogo a modo de homenaje.
Estas pequeñas pero intensas vivencias, están contadas con sinceridad, desde la madurez y la serenidad que otorga la distancia, sin querer molestar a nadie. Reflejan situaciones que en la actualidad pueden parecernos ridículas y poco creíbles, pero que en su momento eran muy reales, como el hecho de que, como comentaba al principio, la mayoría de edad se les reconocía oficialmente a los hombres a los veintiún años y a los veintitrés a las mujeres. La libertad parecía entonces un sueño inalcanzable.
Mi generación ha sido experimental, transgresora, fronteriza, desencantada y víctima de su propia debilidad. También ha estado marcada por muchas muertes de jóvenes, arrastrados por situaciones dramáticas: drogas, sida, alcohol, suicidios, accidentes y otras enfermedades diversas… Valga este texto como recuerdo a unos creadores con los que compartí inolvidables vivencias y de los que aprendí mucho. Artistas que lucharon por sus ideas y libertades, que tenían en común un compromiso vital avanzado y lograron impregnar su obra con arrolladora personalidad. Entrañables amigos, en definitiva, muchos de los cuales, lamentablemente, partieron a un viaje sin retorno. Pintores como Enrique Trullenque, Antonio Fortún, José Enrique Reus, Víctor Mira, o Ángel Maturén. Ceramistas como Francesc Fernández Navarro y Andrés Galdeano, y otros activistas de diversas disciplinas como el fotógrafo Javier Inés, los directores de cine Antonio Maenza y Antonio Artero, el poeta José Antonio Rey del Corral, el escritor Ignacio Prat…!Brindo por ellos!
Paco Rallo