DOS GOTITAS DE AGUA INSUMISA EN LOS 90, EL RÍO EBRO GRITABA DESOBEDIENCIA Y ANTIMILITARISMO AL PASAR POR EL PILAR
1.- Lunes 16 de mayo de 1994. Son las once de la mañana, estamos en el altar de la Parroquia de San Agustín, en el zaragozano barrio de San José y vamos a celebrar una rueda de prensa tres insumisos presos en la cárcel de Torrero. Pitu, Chabier y yo estamos realizando el primer plante al tercer grado penitenciario. El 15 de mayo de 1994, coincidiendo con el Día Internacional de la Objeción de Conciencia, teníamos que ir a dormir a la sección abierta de la cárcel (el llamado tercer grado) y no hemos ido. Nos hemos encerrado, expectantes y con algunos íntimos, en un cuarto de la parroquia y ahora vamos a hacer público este plante. Las semanas anteriores hemos hablado con los párrocos responsables, Teodoro y Ramón, y nos prestarán los locales parroquiales.
En el escrito que hemos repartido a la prensa decimos que desobedecemos el tercer grado penitenciario porque “no queremos una respuesta judicial individualizada que ablande la represión sobre la insumisión, sino una solución política que reconozca el carácter colectivo del movimiento de objeción u insumisión y que recoja las demandas de desmilitarización y de rechazo al servicio militar apoyadas por el sentir mayoritario de la sociedad”. Decimos también que lo hacemos a cara descubierta, nuestra desobediencia civil, nuestra insumisión al servicio militar, siempre ha sido así; asumiendo consciente y responsablemente el riesgo que nos puede acarrear, hacemos pública nuestra decisión y además la hacemos colectivamente. Hemos elegido este lugar de culto para el encierro “porque simpatizamos con su constancia en la defensa de las libertades ciudadanas desde la dictadura franquista hasta nuestros días, por su especial significación en las vidas de los ciudadanos y ciudadanas y por representar un espacio abierto a la reflexión, al apoyo mutuo y al cuestionamiento de la injusticia social. Sentimos así que esta casa también es nuestra casa y en estos momentos de especial riesgo para nuestra libertad y de profundo compromiso social personal esta iglesia nos recibe y nos refugia de nuestros perseguidores”.
Nuestro encierro público y pacífico duró hasta el 20 de mayo de 1994 y recibimos amplias muestras de apoyo y solidaridad de gentes y organizaciones diversas. Se consiguió llamar la atención tanto de organizaciones como de personas, y que la sociedad se preguntara un poquito más sobre el por qué y para qué de los ejércitos. Nuestras previsiones se cumplieron y el día 20 fuimos detenidos por la policía secreta en la iglesia, conducidos a la comisaría del paseo María Agustín y después de ficharnos nos condujeron al juzgado, que decretó prisión y vuelta a Torrero, donde nos tuvieron varios días en celdas de aislamiento y luego regresión al segundo grado penitenciario, primera galería. Posteriormente, nuevo juicio por el delito de quebrantamiento de condena y nueva sanción esta vez de un mes más de cárcel que hubo que cumplir.
Creo que estos actos reflejan perfectamente lo que supuso la insumisión, uno de los mejores gestos por la paz que tuvieron lugar desde 1989, hasta la desaparición del servicio militar obligatorio (y su sustituta Prestación Social Obligatoria, en diciembre de 2002, fecha del último reemplazo). La insumisión fue el rechazo expreso, público, pacífico y colectivo al cumplimiento del Servicio Militar, o de su sustituta Prestación Social, por razones de conciencia pacifistas y antimilitaristas. Fue un clásico acto de desobediencia civil, nosotros incumplíamos estrictamente (y de forma precisa) las leyes penales y además asumíamos su cumplimiento estricto. En aplicación de las leyes, las consecuencias eran represivas, detenciones, juicios y cárcel (y otros castigos posteriores). Esas consecuencias eran inaceptables para una sociedad muy contraria al servicio militar obligatorio (todas las encuestas reflejaban porcentajes de rechazo superiores al 75% contrarios a la mili).
La credibilidad de nuestro movimiento insumiso fue enorme. Fuimos consecuentes con nuestras conciencias, pasara lo que pasara, creíamos en el pacifismo, no colaborábamos con lo militar y no íbamos a la mili. Estábamos dispuestos a ir a la cárcel, si nos obligaban. Había razón y queríamos justicia. Acertamos totalmente con la desobediencia civil y con la no-violencia. El método y el fin eran acordes: caminos de paz para fines de paz.
La insumisión admitía diferentes y variados compromisos, unos más arriesgados y otros menos, pero todos sumaban. Fue el símbolo del pacifismo del momento. Hasta el lenguaje es acertado, la palabra es positiva, juvenil y rebelde. El movimiento desarrolló una gran imaginación en las actividades.
Tal vez éramos ingenuos e imaginábamos todo un mundo en paz y lo veíamos cerca, además. Nuestros objetivos finales eran nobles, enormes y grandiosos: desaparición de los ejércitos, y cambios sociales radicales y profundos. Todo lo que conseguíamos y conseguiríamos era poco o nada ante tamaños objetivos.
2.- Hoy es 11 de noviembre de 1994 y estamos los tres en la celda 72 de la primera galería de la cárcel de Torrero. Son las tres y media y descansamos sobre las literas del chavolo. De improviso, sigilosamente y sin llamar, entra un Jefe de Servicio (acuérdate cabrón) junto con un boki y nos dice: –“ la gracia ya está hecha, lo habéis conseguido y ahora ¡por favor…¡ ¿por qué no nos dais la pancarta?”. Sin movernos, cada uno desde nuestro camastro, tranquilos, y yo diría que vacilones, le comentamos “que no sabemos de lo que nos habla”, “que nosotros también nos hemos sorprendido esta mañana al ver El Heraldo y ver la portada con una foto nuestra en el patio de la primera galería con una pancarta que decía “Insumisos en Huelga de Hambre”, que “vete a saber que ahora con los ordenadores se pueden hacer montajes fotográficos increíbles”, “que nos encantaría ayudarle pero que allí no hay ninguna pancarta, que ya sabemos que es ilegal y nosotros por nada del mundo haríamos algo ilegal”, que “si quiere le ayudamos a encontrarla pero que nos tememos que no aparecerá porque no está”…y se tuvo que ir y todavía estará buscando la pancarta y creo que aquí tampoco voy a contar lo que hicimos con ella por si lo lee que siga buscando. El día de antes, 10 de noviembre de 2007 a las once y media de la mañana habíamos sacado una pancarta con el texto “Insumisos en huelga de Hambre”. El acto estaba coordinado con periodistas que a esa hora se subirían al edificio de enfrente del talego, nos harían unas señas y nosotros la mostraríamos unos breves instantes. Tuvimos que rogarle a un colega preso que le pidiera al boki, que vigilaba el patio-frontón, que le abriera la puerta de acceso a las celdas y así dispondríamos de unos pocos minutos sin funcionarios. Salió perfecto, incluso en esos breves instantes hubo presos que aplaudieron. Ellos se enteraron de la noticia cuando leyeron el periódico al día siguiente, como el resto de los ciudadanos. Les imagino como mínimo sorprendidos, incluso quiero pensar en llamadas desde el ministerio… Luego nos registraron la celda, sin nuestra presencia, y nos requisaron un objeto prohibido -unos naipes- y nos castigaron con varios fines de semana en celdas de aislamiento. Nosotros llevábamos ya varios días en una Huelga de Hambre.
He ingresado en la prisión de Torrero tres veces por la insumisión: la primera, en 1991, estuve once días en prisión preventiva en régimen de aislamiento en el Pabellón Celular; la segunda, desde febrero de 1994 hasta febrero de 1995, en tercer y segundo grado en la segunda y primera galería y la tercera en ese mismo año 1995 donde permanecí veinte días aproximadamente.
Los recuerdos más intensos, no los más numerosos claro, fueron los de la primera vez, el encarcelamiento fue inesperado y forzoso, la detención en mi casa, imprevista e inoportuna, el pase por la comisaría de María Agustín para el fichaje, con un trato policial correcto y el posterior aislamiento en Torrero y la kunda-traslado a la prisión militar de Alcalá Meco allí también aislado de los presos-soldado y compartiendo prisión con el golpista Tejero, que como me explicó el capellán castrense, “lógicamente él está en un recinto especial”. Estos días fueron de soledad absoluta las veinticuatro horas, sólo interrumpida por la rutina de los numerosos recuentos, las visitas de abogados ¡por fin alguien cercano!, las salidas en solitario al patio del celular, pequeño, amurallado que sólo deja ver el cielo allá en lo alto, a diferentes horas del día o de la noche y durante una hora dando paseos carcelarios de pared a pared, buscando un ángulo ciego a la mirada de los bokis. En esos pocos días mi comunicación con las personas de los alrededores no pasaba de la contestación en los recuentos, de pedir algo de ropa y materiales de lectura y escritura a los funcionarios y una vez que alguien de la celda del piso de arriba gritó al aire demandando conversación con quien quisiera y yo se la ofrecí. – ¿Hay alguien por ahí? -…Hola… Soy Txabi, el insumiso, -estoy aquí abajo según oigo tu voz estás por arriba ¿necesitas algo?-, no gracias yo tengo de todo o sea que si necesitas algo pídemelo, repito tengo de todo, o sea que pide lo que quieras, -ostia con el insumiso dice que tiene de todo, aun nos dará una alegría el tío, ahora mismo te mando un carro y pones lo que sea-. Baja unas gafas atadas a una cuerda hecha con un trozo de sábana, las balancea y yo las cojo como puedo, le ato un plátano y oigo que dice lo que pesa y cuando lo sube me pregunta si hay algo dentro, le digo que hay lo que se ve, pero qué broma es ésta, pero… este insumiso de qué va… Una verja con lunares y su efecto mariposa me permitía observar de lejos el patio de la segunda galería, ver los paseos de pared a pared de los colegas presos. Un día vi a una mujer haciendo calceta rodeada de hombres en una conversación entretenida entre risas.
La segunda vez que ingresé en prisión la volví a ver en la segunda galería, y la conocí, era Juani, amable, divertida, inteligente, de nuestra edad, que había gastado más vidas que cualquiera de nosotros. Era muy gracioso verla los domingos caminando por las galerías, con una campana anunciando la misa y luego haciendo las veces de monaguillo. Juani hacía su vida entre la calle y la cárcel y su cuerpecito enfermo trataba de mostrarse siempre cuidado y delicado, claro que allí era casi imposible para ella conseguir unas pocas pinturas y cremas. En la calle coincidimos varias veces, esperando visitas a presos, siempre impecablemente vestida, intentando visitar a su novio, y la última vez en La Madalena cuando ya no era ni cuerpecito.
El cumplimiento de condena como insumiso, condenado a 1 año de prisión menor sucedió siendo ministro de Justicia nuestro actual alcalde Juan Alberto Belloch y gobernando el PSOE con mayoría absoluta y con la razón de estado.
Contar lo que era la prisión de Torrero en esos años es difícil y más resumir en pocas líneas todo un año de vida carcelaria. Sinceramente los insumisos éramos bichos raros en la cárcel, empezando por nuestro delito, por el motivo por el que estábamos allí. Curiosamente si se le preguntaba a cualquier preso por qué estaba allí te decía que no lo sabía, que por nada, hay que tener en cuenta que la mayoría esperaba para ser juzgada, y nosotros no teníamos ningún problema en decirlo: por no hacer la mili y alguno respondía que eso no era nada, que algo más habrás hecho. Creo que el equipo de fútbol de la cárcel resume bien el personal que nos juntábamos por el patio, en un espectacular partido -que se jugó en el frontón-patio de la primera, por la festividad de la Merced en septiembre- de internos contra el equipo de la Cruz Roja; estábamos dos insumisos, un etarra y el resto jóvenes con pequeños delitos y que para ese día se habían “colocado” con el fin de jugar mejor como certificaba el brazo que nos enseñaban. El perfil medio de un preso era una persona joven, de barrio, con ingresos familiares medios bajos, con algún desajuste familiar, estigmatizado por la ilegalizada heroína , marginado por pequeños delitos relacionados con el trapicheo de drogas ilegales, que rodean el conseguir las dosis, envuelto en un círculo cerrado de la calle y los ingresos a la cárcel. Ese perfil la cárcel lo agigantaba, pues una de las paradojas más grandes de la prisión es que todos estábamos allí por el estricto cumplimiento de la legalidad vigente, es decir todos estábamos en cumplimiento de la ley, si se me permite, todos éramos delincuentes y la ley dice que la cárcel y la institución de la cárcel es precisamente la máxima incumplidora de la legalidad vigente, la de Torrero no cumplía con la ley penitenciaria, nosotros cumplíamos con la ley pero la cárcel no cumplía la ley. La condena implicaba estar privado de libertad, pero no de todos los demás derechos que deberían permanecen intactos y plenos no sometidos a la burocracia o a la buena voluntad de un funcionario. Y no hablamos de grandes derechos, que también, sino del hacinamiento: en cada celda de 12 m2, en vez de una persona estábamos cuatro, cinco y hasta seis, acumulados en literas de tres en tres, según la época del año, con un agujero por WC separado por una cortinilla. O aquella vez donde después de reiteradas peticiones e instancias con el fin de conseguir unas sillas, las compramos a un indigente por dos cajetillas de celtas con filtro. O los locutorios de visitas que servían para todo menos para comunicarse… y la lista sería larga. Si la finalidad de las prisiones es la reinserción social, castigar al delito y no al delincuente, parece claro que la cárcel era no sólo un paréntesis para salir a la calle dispuesto a un cambio en la vida, sino una agravante en la marginación: separaciones familiares, aislamiento social, desarraigo laboral,… La cárcel era un castigo exclusivamente. La cárcel desde este punto de vista es un fracaso que nos permite saber quienes son los malos y tenerlos encerrados y maltratados, supongo que eso nos da seguridad y nos auto complace.
Yo estuve preso, pero bastante “privilegiado”. Estaba allí por ser consecuente y acorde con mi conciencia antimilitarista, tenía el privilegio de poder elegir y escogí la insumisión y la cárcel a sabiendas, y creo que no hay cosa que proporcione mayor satisfacción que el poder actuar en un momento dado acorde a tu conciencia. Mi estancia en prisión servía de apoyo moral para la causa del pacifismo radical, contaba con el apoyo y la credibilidad social, mayoritariamente contraria a la mili obligatoria, que era la causa que me llevaba a mí a prisión. Contaba con la simpatía y el respeto de mi familia, con un grupo de apoyo personal formado por mi compañera, colegas de trabajo, amigos personales, que me escribían, mandaban regalos en los paquetes, me mimaban, difundían mis escritos y mi causa insumisa… en fin, que con un gesto que me parecía pequeño y bello caminaba, junto con los otros insumisos, dentro de un movimiento general que con variados esfuerzos y compromisos pretendíamos una de las causas más nobles para la humanidad, la paz.
Por supuesto fuimos rebeldes y desobedientes, también dentro de la prisión, hicimos una huelga de hambre de veintiun días y con cuatro litros de agua al día perdí doce kilos, con el fin de exponer públicamente la causa insumisa, toda una experiencia. En torno a las condiciones en Torrero presentamos muchísimas reclamaciones de todo tipo, recuerdo que siempre ponía las coletillas “es de justicia entre personas” o “yo estoy encarcelado en cumplimiento estricto de la legalidad espero que la prisión cumpla la ley conmigo”, la mayor parte de las veces tropezamos con la rutina funcionarial, con la crueldad de la burocracia administrativa, con años y años de desidia o el incumplimiento de los responsables penitenciarios.
Elegimos un tema de denuncia como eran los desnudos humillantes a que sometían a los presos con posterioridad al vis a vis y fue una de las veces, hay más ejemplos, donde al negarnos comprobamos hasta dónde llegaba un funcionario en el cumplimiento del deber, cómo emplearon la “violencia necesaria y precisa” cómo nos humillaron desnudándonos por la fuerza bruta, para cumplimentar ese deber, ya lo decía W. Benjamín “lo peor es que torturaban y mataban funcionarios que estaban cumpliendo con su deber” o ya me lo dijo un Jefe de Servicios:”Torres mas altas que tu ya han caído en esta prisión”; “eso seguro -le dije- e igual dentro de un tiempo te suplico la injusticia que ahora me ofreces, pero ahora no me muevo ni un ápice de mi posición”.
En fin nunca creímos que podríamos derrumbar los muros de la cárcel de Torrero, más fácil, luego han caído por necesidades urbanísticas, sólo nos aprovechamos de nuestra credibilidad social para reclamar un poco de dignidad y humanidad hasta con los malos. Los muros de la prisión eran demasiado altos pero a la vez nuestro instinto rebelde, y crítico tenía el marco ideal para cuestionar la prisión, su existencia misma, a los funcionarios su trabajo, al educador, al asistente social, al psiquiatra, al director, al juez de vigilancia,… al fin y al cabo cobraban por hacer algo. Además tratábamos de sobrevivir y de salir ilesos o con el menor daño posible de la Avenida de América.
Txabi Urra