ANDALÁN: UNIDAD Y PLURALIDAD DE LA IZQUIERDA
Periódico semanal de información general, editado en Zaragoza. Fue quincenal hasta el 6 de mayo de 1977, y desde noviembre de 1979 publicó una Guía de espectáculos en entrega aparte. Apareció coeditado por Eloy Fernández Clemente (quien fue su director hasta su aparición como semanario y a quien sucedieron Pablo Larrañeta, Luis Granell y Lola Campos) y Carlos Royo-Villanova (luego sustituido por David Pérez Maynar), como fórmula legal que encubría la gestión ideológica y coparticipación financiera de un equipo, que pasó de los diecisiete miembros iniciales a la Junta de Fundadores con más de cuarenta, en el régimen de Sociedad Anónima.
Como escribe Pedro Rújula sobre Andalán en el capítulo «Historia Contemporánea» del volumen Historia de Aragón, dirigido por Eloy Fernández Clemente (Madrid, La Esfera de los libros, 2008): «En sus páginas tuvo lugar la mayor concentración de capital intelectual aragonés de toda la historia -María Dolores Albiac, Clemente Alonso, Mariano Anós, José Antonio Biescas, Gonzalo Borrás, Vicente Cazcarra, Anchel Conte, Javier Delgado, Jesús Delgado, Juan José Carreras Ares, Guillermo Fatás, Carlos Forcadell, Emilio Gastón, Mario Gaviria, Enrique Grilló, José Antonio Labordeta, José Luis Lasala, José Carlos Mainer, Luis Marquina, Lorenzo Martín-Retortillo, Manuel Porquet, Manuel Rotellar, Carlos Royo-Villanova, Alberto Sánchez y Plácido Serrano- , jóvenes intelectuales que con su brillantez irreverente mostraban en cada número de la revista que el recambio de la cultura oficial franquista estaba ya listo. Andalán transmitió una visión crítica con la situación presente, pero también una recuperación del pasado progresista de la región, y una proyección del futuro democrático que estaba a las puertas. Creó, en definitiva, una nueva imagen de Aragón, alternativa a la que había proyectado el régimen durante las últimas décadas, y con la que los aragoneses del momento no tardaron en identificarse.» (op. cit. Pp.736-737).
Andalán nació como portavoz de una postura de izquierda mayoritariamente independiente que se pronunció, con graves problemas de censura, sobre temas aragoneses (trasvase del Ebro, depresión de las comarcas, identidad cultural, deterioro del urbanismo zaragozano) y sobre la circunstancia política general (lucha antifranquista, resurgimiento del regionalismo, sucesos de Chile y Portugal…). La muerte de Franco y el proceso político que siguió agudizaron discrepancias en el seno del equipo y, a la larga, condicionaron un cierto cambio de orientación en la información, que se hizo más específicamente aragonesa y más vinculada a los movimientos sociales que a la política general de la izquierda partidista, más dirigida al lector general que a las minorías sensibilizadas, las que, con todo, siguieron siendo su público preferente, desde los tres mil ejemplares de su difusión inicial a los catorce mil y dieciséis mil de los años 1978-79.
En enero de 1987 aparecía el último número. En sus quince años de existencia puso una nota alternativa entre los medios de comunicación. Nacida para reavivar las señas de identidad aragonesas, con clara vocación cultural y progresista, la hora del cierre llegaba (como a tantas otras revistas de izquierdas: Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, La Calle, Viejo Topo, etc.) por problemas económicos, cambio en la oferta y demanda informativa, y un difícil relevo generacional. El 13 de Septiembre de 1997, rememorando la presentación de su primer número en L´Aínsa (Huesca) veinticinco años antes, las gentes de Andalán se reunieron de nuevo en la hermosa villa del Sobrarbe, y presentaron una exposición sobre la historia de esa aventura intelectual, cultural y política y una monografía titulada «Andalán 1972-1987. Los espejos de la memoria», publicada por IberCaja, coordinada por Carlos Forcadell, y redactada por un grupo de jóvenes historiadores de la Universidad de Zaragoza y periodistas, que analizaron distanciadamente lo que, sin duda, fue un singular fenómeno mediático de nuestra historia reciente.
Los ideales que defendió Andalán durante quince años (1972-1987) fueron sin duda, como tantas veces se ha repetido, la defensa de la democracia, la autonomía y el socialismo. Y la fórmula mágica que lo mantuvo unido y en pie durante todos esos años fue el respeto a la diversidad de la izquierda y la conciencia de la importancia de la unidad de la izquierda para luchar primero contra el franquismo y después contra las múltiples formas de presentarse los intereses del gran capital.
Esa unidad en la pluralidad hizo que sus páginas y su propia organización interna acogieran a destacadas personalidades de todos los campos del conocimiento, de la acción social y de la práctica política. Esa característica unitaria y plural nació de la necesidad pero también de la convicción, de forma que incluso en los peores momentos -cuando desgraciadamente muchos jefes de partidos democráticos, autonomistas y socialistas (y comunistas) parecían no valorar especialmente la bondad de la unidad ni el respeto a la pluralidad- Andalán continuó manteniendo abiertas las puertas al diálogo con cada vez más diversas organizaciones sociales, culturales y políticas.
Viví la historia de Andalán desde su fundación hasta su cierre definitivo y creo que puedo dar testimonio de que nuestras reuniones fueron siempre tan polémicas como fraternales, tan ruidosas como eficaces. Lo eran ya al principio y lo siguieron siendo al final: las trimestrales en aulas del Centro Pignatelli, las semanales en la propia casa de Eloy Fernández Clemente de la calle Doctor Aznar Molina 15, después en el piso de la calle San Miguel 25, y por último en el piso de la calle San Jorge 23.
Nuestra sede en la calle de San Miguel 25 fue la más bohemia e informal, no sólo porque se tratara de una buhardilla, sino porque allí vivía José María Lagunas, entonces jovencísimo ácrata ecopacifista, que confería su personalidad al ambiente. Una de sus incomodidades era la de estar en lo alto de una larga escalera sin ascensor. Otra, la de carecer de calefacción. Pasábamos tanto frío allí arriba que un lunes a uno de los reunidos le comenzó a salir humo del abrigo, que se le quemaba por acercarse tanto a la estufa de butano.
En San Jorge 23 todo era distinto: calefacción, amplitud, orden y concierto. Además, estaba en el principal, lo que lo hacía mucho más accesible, aunque también más vulnerable; esto en algún momento nos causó cierta preocupación: no hay que olvidar nunca la lucha de clases, ni tampoco a los fachas.
No quiero acabar este breve recuerdo sin subrayar dos elementos que fueron para mí muy importantes, diría que decisivos, en la convivencia entre los miembros de Andalán. El primero, la autocrítica: antes de diseñar el siguiente número, el consejo de redacción sometía el número anterior (contenidos, estilo, maquetación, fotos…) a una crítica implacable y se aportaban opiniones recogidas «en la calle». El segundo, el humor: nunca faltó la risa en Andalán, incluso (o por eso mismo) en los momentos más delicados. Y siempre, por si había sabido a poco la reunión, se continuaban las bromas en un bar cercano, cenando y riendo hasta que, literalmente, no se podía más.
He dicho adrede «miembros de Andalán», porque la absoluta mayoría de sus integrantes y colaboradores éramos varones. Durante años hubo sólo una mujer, Lola Albiac, entre nosotros. Y nunca tuvieron las mujeres, ni cuando Lola Campos fue nuestra directora, la sartén de Andalán por el mango (¿pero alguien la tuvo?). Es cierto, como suele recordar Carmen Magallón, que un número fue diseñado por entero por mujeres y que incluso el artículo editorial se escribió con el femenino «nosotras», lo que al menos daba testimonio de una preocupación. Pero el mundo de Andalán -como en general, entonces, lo eran el mundo de la política y de la cultura- fue un mundo masculino, para qué lo vamos a negar.
Javier Delgado