Por Alicia Lázuli
publicado en: http://lacajadeloshilos.blogia.com/
Queridísima tía:
No te imaginas lo impaciente que estaba por contarte mi última visita al Centro de Historia. ¿Recuerdas que te dije que me echaron antes de poder terminar de ver la exposición? Pues yo que pensaba que ya no me podía sorprender no sé ni por dónde empezar a hilvanar los sobresaltos.
Caminé de nuevo sobre el pasado de la ciudad, recorrí con calma su historia cercana, volví a pasear entre camisetas, papeles y palabras hasta aparecer en la sala que todavía no había visitado. Me quedé sin aliento al tropezar con la proyección de Rogelio López Cuenca que muestra Los Fusilamientos del 3 de mayo, el dramático cuadro de Goya, y lo identifica con una imagen de Irak aún más perturbadora por actual. Para serenarme, estuve un buen rato inmóvil mirando el columpio que Javier Burguete había atrapado en una pequeña pantalla. Después de mirar las fotos que Jesús Llaría había disparado durante los rodajes, me senté a escuchar los testimonios que Luis Marco recoge en su proyecto Memoria compartida; pensé que había un fallo de sincronía de imágenes, hasta que me di cuenta de que las personas que aparecían como narradoras hacían suyas las experiencias de otras al margen del sexo, el origen o la edad. Me pareció precioso, tía Neus y cogí, para enviártela, una octavilla que invita a participar en el proyecto -que no se acaba en esta exposición, que sólo empieza- porque pensé que tú tenías muchas cosas que contar… Y para recoger en una sola imagen toda esa reflexión sobre el significado de memoria, ahí estaba la obra de Esther de la Varga, como una lámpara encendida en la sala para iluminar mis pensamientos…
¡Ah! Te enviaré también el crucigrama –perdón, el cruZigRama- que aparecía colgado en la pared. Seguro que tú lo descifras enseguida. La primera horizontal, de cuatro letras, dice “Franco la tenía muy dura”… A mí, tía Neus -¡qué tonta!- me costó bastante resolverlo, aunque me pareció muy divertido.
Y junto al pasatiempo, una barra de bar, dos banquetas, varias sopas cocinadas con resina y un reproductor de sonido evocaban desaparecidos lugares de encuentro. Tuve que utilizar –para no desmayarme- una de las banquetas cuando, a la vez que sonaban los Love, descubría escrita con carmín en el espejo la frase “Free Arthur Lee”. ¿Te acuerdas, tía Neus, del día en que estuvimos en un bar –mucho más tarde supe que se trataba de “La caja de los hilos”- y tuviste que explicarme el significado de aquel cartel pegado en el espejo, porque yo no sé inglés y no sabía entonces que Arthur Lee era el cantante de los Love, ni que estaba en la cárcel, ni que era uno de esos genios de la música a menudo olvidados…? Pensé que Mariángeles Cuartero había recreado este espacio sólo para que yo me emborrachara con una cerveza imaginaria mientras sonaban músicas tan dispares y próximas como Pete Dello, Dutronc, Jane Birkin, Paco Ibáñez, Syd Barrett, Pepa Flores, Tomorrow o Renato Carossone… porque si algo puede azotar la memoria es la música ¿no te parece, tía Neus?
Mientras sonaba Nino Rota intenté descubrir los ingredientes de una especie de compota de objetos en desuso que Paco Rallo había preparado en unos frascos de cristal y -tú ya me conoces- me quedé hipnotizada por el tiempo mirando las saetas de un reloj.
Una animada versión de “Bella Ciao” me empujó hasta la pantalla de José Luis Allué donde, en ese momento, aparecía –también en una irónica versión- La publicidad guiando al pueblo y usurpando el lugar de la libertad.
Cuando ya pensaba dar por terminado mi recorrido por la sala, descubrí –gracias a un niño más atrevido que yo que apareció de pronto entre las páginas como si se tratara de un cromo despegado- que el álbum gigante que yo había creído una escultura, se podía tocar. En la primera página sólo había una foto de un grupo de personas brindando con champán. Me costó unos segundos darme cuenta de que no se trataba de una boda cuando vi que la celebración llevaba fecha del 20 de noviembre de 1975. ¡Ay! Tía Neus, que todavía se me pone un nudo en la garganta… porque todas las páginas contaban una historia y, no te lo creerás, pero sonaba una canción del Niño Gusano cuando, al pasar la página, apareció una carta que Sergio Algora dirigía a Helena Santolaya.
Qué extraña es la memoria, tía Neus. Mis amigas se ríen porque cuento las cosas en primera persona.
-Pero si aún no habías nacido…
-Pues yo me acuerdo…
-Que es imposible…
-Bueno, pues me lo contaría mi tía Neus.
-Pero si tu tía Neus estaba ya en París.
-Pues lo habré visto en la exposición de Zaragoza Rebelde…
-Anda, que estás más loca que tu tía…
Cuánto te echo de menos. Porque a ti no tengo que explicarte que la historia que otros han vivido y que yo he descubierto en esta exposición es ahora ya mi historia. Y que no importa que yo estuviera o no allí. Que, aunque no viaje en la patera que se hunde en el océano, mi vida, nuestras vidas, perecen en cada naufragio. Y que no es necesario que alguien atraviese mi cabeza en Irak para morir con cada bala…
Ven pronto, tía Neus. Te quiero.
Alicia